Hoy hablé con las fuentes, que mudas de corrientes callaban silencios que deberían haber sido contestados. Fríos los hielos de las aguas que no manan, congelada la sangre que no brota. En silencio y rota queda la pena de quien se aleja, de aquel que no importa, de ese que se reafirma que se siente tranquilo, si culpa ninguna, que se siente sereno; se tacha de imbécil por una preocupación no debida, qué te ha
Hechado de menos, cuando ni siquiera se preocupa por el significado correcto de la palabra.
Triste la melancolía de un encuentro provocado. Si él no siente, si yo no quiero, normal que las aguas se callen, que no broten, que no surjan. Recelos que se guardan de un cariño contenido, de un afecto olvidado y muerto, de un cariño que no debió ser dado.
Trifulcas de pensamientos, horadando en interiores intentando sacar verdades. Bocas que callan, por no ser bruscas, ni demudadas; por no ser fieles a palabras cerradas.
Fui construyendo un camino de paciencia, de desespero. Tonos que no eran tonos, sólo gritos escritos y espinas clavadas en cada juego. Poniendo ficha a ficha en el tablero, intentando que una no derribara la otra, con cuidado y con esmero avanzaba el camino. Si una ficha caía paraba de inmediato su furiosa velocidad, frenaba su trayectoria intentando encauzar el destino; cruel y roto, sin tino.
Templanza de palabras, rencores olvidados, triste pista perdida, triste camino callado. Y ahora ficha a ficha la vereda derrumbada, las huellas que borra el viento y en el silencio mudo, sólo se escucha el amargo sonido de cada pieza al caer.
La vida junto a aquellos que no quieren estar a tu lado
no tiene sentido.