31 octubre 2003

29 octubre 2003

Mensaje para David

Creo que muchos quisiéramos recuperar ésa parte de nuestra infancia concentrada en aquellos libros, en aquellas pocas líneas, en aquellos trazos tan simples que daban vida a Pepa y Misi. Recuerdo el "dale, dale, dale, al dedo yo le di", aquel león azul sobre fondo blanco, aquellos niños cabezones y al gato anaranjado... Y como a medida que uno avanzaba en el conocimiento de vocales y consonantes los libros se hacían más difíciles y con más texto. La ropa, la televisión..., creo que fueron los últimos editados.
De mi casa también desaparecieron hace tiempo, pero tuve la suerte hace algunos años y encontré unos cuantos en la tienda Crisol de Madrid. Los compré y se los regalé a mi sobrino, para que como yo, él aprendiera a leer. Creo que eran de la editorial La Galera, te lo confirmaré cuando vaya a su casa y pueda ojearlos de nuevo.
Y gracias por dejar tu mensaje.

27 octubre 2003

Ya he vuelto!!!

18 octubre 2003

sin titulo

Corría entre las dunas, levantando la arena que se perdía entre jirones de niebla. No había amanecido aún, pero necesitaba salir de la casa. Otra vez; antes de que él despertara. Había vuelto de nuevo. Esta vez estuvo casi una semana fuera. Siempre en su misterio, siempre sin decir nada. Se iba un amanecer cualquiera para regresar en una noche no concreta. Los sonidos de gaitas, perennes en toda la casa, desaparecían con su ausencia. Se agradecía el silencio. Aquellas paredes entonces eran mías. Las alfombras, los cuadros, las porcelanas, todo me pertenecía por un breve lapso de tiempo. Vagaba entre ellos, cuidándolos, mimándolos, mirándolos desde lejos, nunca me atrevía a acercarme lo suficiente por miedo a romper algo en un impulso o arrebato de celos. Él quería aquellas cosas y yo empezaba a amarlas cada vez que él se iba lejos, a pesar de que poco a poco iban robándome el espacio libre que quedaba en la casa. Cada vez que se evadía de la opresión de aquel hogar que yo había hecho mío antaño traía un objeto nuevo que iba sumándose a los anteriores. Sobre la chimenea estaba la colección de caballos de madera. En la vitrina finas copas de bohemia que jamás usaba. Las cuberterías de plata ennegrecían en los cajones de una cómoda estilo Tudor. Las vajillas olvidadas en los armarios. La cera consumida en las tardes de invierno poblaba los candelabros. Sobre todas las mesitas perfectamente alineados y organizados se acumulaban animales de todas clases, formas, materiales y tamaños: ranas, búhos, pingüinos, tigres, cebras... Cada vez más, cada vez más juntos, cerrándome el camino para vagar tranquilamente. Todos aquellos objetos me lo traían y todos aquellos objetos le traían a él mundos existentes fuera de la casa. Eran recuerdos de sus idas y venidas, con ellos intentaba alejarme de él, relegarme a un cajón o un armario, encerrarme en una habitación. Él quería olvidarme, pero yo siempre estaba allí esperándole. Lo envolvía, lo arrullaba en mis brazos invisibles acomodando sus sentimientos en mí, haciéndolos míos y él me amaba cuando vagaba por la casa taciturno. Colocaba sus objetos, subía un poco más la música cuando me sentía más cerca, más dentro de él. Era entonces, cuando me sentía casi parte de él, cuando en vez de ser dos seres nos íbamos a transformar en uno solo, cuando huía de nuevo. Se alejaba de mí, buscando otros lugares, otros entretenimientos.
Volví de la playa y me acurruque junto a él bajo las sábanas. Intenté fundirme en él, pero su mente no estaba conmigo, ni su cuerpo me recibió como otras veces. En su rostro se vislumbraba una sonrisa que no era por mí. Estaba segura que le pertenecía a otra. Alguien me lo estaba arrebatando. Una punzada de celos me recorrió sin quererlo. Yo le amaba, le pertenecía, y él se iba sintiendo bien conmigo. Llevábamos mucho tiempo juntos, yo llevaba mucho tiempo en la casa, aquel había sido mi hogar; era mi hogar, siempre le había esperado. Ahora él me pertenecía, no dejaría que nadie me lo arrebatara. Volé fuera de su cuarto, recorrí todas las habitaciones buscando un motivo, una pista cuando el timbre de la puerta retumbó en toda la casa. Atisbé por detrás de los cristales. Una joven esperaba fuera. Una puerta se abrió en el piso de arriba y él bajo corriendo los escalones sólo con un slip puesto. Antes de que ella volviera a llamar de nuevo él ya había abierto. Se fundieron en un beso que me pareció eterno y de repente me sentí más sola que yo misma. Los vi marcharse abrazados hacía arriba. No quise seguirlos. Las risas que me llegaban a través de las paredes, me dolían. Mi espacio se veía roto, invadido por una extraña y no sabía como iba a poder recuperarlo. Me quedé quieta, retraída, oculta en el rincón más oscuro del salón mientras los días pasaban y ella junto a él iba llenando los huecos que habían quedado entre tantos objetos para mi. Las gaitas dejaron de sonar, las cortinas siempre cerradas fueron descorridas y el sol entraba de nuevo a raudales por los ventanales. Ellos se encontraban en cada esquina, en cada cuarto, los oía y me iba haciendo más pequeña. La casa se llenó de besos, de risas, de arrumacos incontenibles. La cristalería de bohemia se utilizaba todas las noche con las vajillas, las cuberterías estaban lustrosas otra vez. Todas las figuritas fueron metidas en cajas, dejando espacio nuevo para cosas que compraran, ahora, ellos juntos. El cargó con las cajas, mientras yo huía de él, de ella y volví al desván, donde antaño, cuando vivía allí una gran familia, había estado encerrada. En aquel cuarto volví a encontrarme conmigo, con los recuerdos allí abandonados, dejados atrás: armarios, balones, fotos, polvo...

Entonces me siguió, subió mi escalera, entró en mi cuarto para ver si yo estaba. Y yo le esperaba en el reflejo del espejo, radiante y clara como el recuerdo de días mejores. Tendió su mano para tocarme; pero yo nunca había estado allí.

Ella apareció por detrás, le abrazó mientras se reflejaban en el espejo, le besó en el cuello mientras susurraba – ya nunca más estarás solo.

MIÉRCOLES

Tuburcio, nuestro canario, murió en miércoles. Odio los miércoles. Las cosas malas siempre ocurren ese día. El divorcio de mis padres ocurrió un miércoles. Papá se fue de casa para no volver un miércoles. Mi detestable hermano nació un miércoles. En definitiva; odio los miércoles. Recuerdo más cosas tristes en ese día que en los demás.
Amaneció en el fondo de la jaula, con las alas abiertas, como si se hubiera precipitado desde lo alto del columpio que colgaba en la jaula. ¿Pueden los canarios suicidarse? Todos al ver al pájaro muerto miramos a Matías, el gato azul grisáceo que teníamos. Allí estaba, hecho un ovillo en el sofá donde el abuelo pasó sus últimos días. El también se fue un miércoles; mientras en la televisión estaban dando "el parte" como él decía.

Tiburcio y Matías nunca se habían llevado bien. Quizá por que él gato no sabía cantar como él pájaro y el pájaro no podía campar a sus anchas por la casa como el gato. Eran dos caracteres distintos, dos naturalezas que como el aceite y el agua estaban destinados a no juntarse nunca.

La tía Mercedes una anciana entrada en años y también en carnes, conoció en el bingo donde iba "afortunadamente" todos los jueves al señor Leng. Un hombre del cual nunca supimos su nombre, sólo que era canario y se dedicaba a la canaricultura en la isla de La Gomera. Hasta allí viajó con él la tía de mi madre, a la que nunca volvimos a ver y sólo recordábamos cuando nos llegaba alguna postal. Postales que nos mostraban rincones de su nuevo hogar y que yo esperaba con impaciencia. En aquel pequeño espacio cuadrado ella escribía con tu torpe y gran caligrafía, de persona mayor con unos estudios pobres, por haber tenido que ponerse a trabajar muy joven, para traer un mísero jornal a casa, la leyenda del monte Garajonay. Gara era la princesa de Angulo; el lugar del agua. Jonay pertenecía a la nobleza de Tenerife, la provincia del fuego. Eran jóvenes y se enamoraron en el Beñesmen, la fiesta de la cosecha de La Gomera. El compromiso fue hecho público y se celebró, hasta el volcán Echeyde arrojó lava. Todos se acordaron entonces de las palabras del viejo Gerián. "La sombra del fuego quema el agua. El fuego retrocede ante el agua. Imposible su mezcla. Imposible su alianza. La muerte acecha. Como lo de arriba es lo de abajo, lo que fue será, lo que ha de suceder ocurrirá". Les prohibieron verse de nuevo, aquello traería desgracia para todos. Pero el amor les había alcanzado. Jonay volvió a buscarla y huyeron a lo alto del monte y atravesándose el corazón con una lanza de cedro se arrojaron al vacío. En recuerdo de aquellos dos amantes bautizaron al monte Garajonay.

Allí mi tía y el señor Leng tenían una pequeña casa donde criaban canarios. Todas las cartas llegaban, no sé por que razón en martes, el segundo martes de cada mes. Duraron casi un año, hasta que completó la leyenda. Luego se fueron espaciando en el tiempo hasta sólo recibir las felicitaciones de Navidad. En compensación por la pérdida de su persona en casa, todos lo sábados venía a tomar el té y a afinar el piano mientras nos cantaba antiguas canciones de su infancia, una tibia primavera apareció un mensajero en casa trayendo una jaula. En ella un asustado canario se acurrucaba junto al comedero. Así apareció Tiburcio en casa.

Matías era un gato chartreux, raza creada por unos monjes franceses en un monasterio cerca de Grenoble en el siglo XIV. Fibroso, de robustas patas, carácter afable y unos intrigantes ojos rasgados color miel, que se oscurecían o brillaban dependiendo de su estado de ánimo. Matías también fue una herencia que nos tocó sin querer de la tía Mercedes. En uno de aquellos jueves de bingo, consiguió cantar línea, la suma no fue cuantiosa, pero sí le permitió hacer un viaje a Francia con sus amigas de toda la vida. El último viaje que muchas hicieron. Como recuerdo de aquellos hermosos días de amistad eterna, se trajo a Matías que la acompañaba en la soledad de su enorme casa día tras día. Matías fue el nombre de su difunto marido. Un apuesto hombre de ojos rasgados color miel y una sonrisa perenne en sus labios. Él fue su primer amor, su único amor. Desde los 15 años estaban juntos y así pasaron toda una existencia, toda una eternidad. En la mayor de las felicidades. Una vez que él partió para el viaje sin retorno un miércoles caluroso de agosto, ella se quedó sola con sus recuerdos. Cuando vio al gato en la tienda de animales de aquella ciudad tan lejana a la suya y él la miró desde el otro lado del cristal, supo que aquellos ojos escondían algo más que una existencia gatuna y se lo trajo. La huida de tía Mercedes a la isla de La Gomera con el señor Leng, fue tan repentina; que no queriendo perder aquel amor nuevo que había aparecido en su vida pues aquel podía ser su último tren, empacó unas pocas pertenencias, unos cuantos recuerdos inolvidables y salió sin volver la vista atrás a toda una montaña de evocaciones que se quedó en aquella casa de toda la vida, conseguida con el esfuerzo del duro trabajo de su amado esposo Matías. Era miércoles. Mi madre fue días después a recoger y cerrar la casa, quizá para siempre, y se trajo el gato que andaba mohíno por los rincones. Esa fue la otra contribución de la tía Mercedes al aumento de nuestra familia.

Y así fue como sin quererlo, pero con la sentida obligación nos hicimos cargo del canario Tuburcio y del gato Matías. Dos seres de mezcla imposible compartiendo un mismo y reducido espacio. Tiburcio cantaba cuando lo sacábamos al balcón, cuando el sol calentaba el salón a través del ventanal. Cantaba alegrando las horas del hogar y hasta mi detestable hermano, se quedaba extasiado y se sentaba delante de la jaula, pareciendo una angelical criatura oyéndole cantar.

Matías mientras tanto renqueaba por los rincones, adaptándose a aquel nuevo hogar ruidoso y concurrido; su nueva familia. Añorando sus largas horas de soledad entre los muebles viejos de olores de antaño de los que siempre se había sentido parte. Evocaba el dulce olor de su amada ama; polvos de arroz cuidadosamente molidos y jazmines nuevos, ahora evadida de su cuidado.

Durante un tiempo la conjunción de cielo y tierra contenidos en los dos animales preció cordial. Todos andábamos atentos a los pasos sigilosos de Matías cuando rondaba la jaula. Él se frotaba la espalda en el pie donde la jaula colgaba y seguía su camino hasta acomodarse en un cojín tirado en el suelo, cerca del radiador o sumido en el fulgor de un rayo de sol pedido en el suelo. Se hacía un ovillo con la cola cegándole los ojos, mantenía una oreja tiesa y si te fijabas bien, a veces, podías ver aquel brillo de miel en un ojo asomando por encima del rabo; observando atentamente la casa del pájaro.

Tuburcio cantaba y cantaba incansablemente, sólo se le quebraba la voz al ver la sombra azulada del gato aparecer contoneándose por la puerta del salón. Sólo cuando se había alejado lo suficiente volvía a entonar canciones alegres.

Aquel invierno, que parecía eterno, la jaula estaba siempre situada junto a la ventana para recibir los rayos que entonces entraban oblicuamente en la sala. Matías buscaba aquellos rayos, que no daban entonces en el suelo, sin encontrarlos, por lo que sin respetar el espacio concedido a Tiburcio, se subía de un grácil salto al poyo de la ventana y allí pasaba las horas calentándose al sol imberbe de enero, mirando siempre de reojo al canario. El pájaro que durante esas horas se dedicaba al don que le había dado la naturaleza enmudeció. Su pequeño pecho era un remolino incesante que palpitaba bajo las plumas alocado cuando el felino estaba cerca. Poco a poco se fue apagando el sonido de su voz, pero no le dimos mayor importancia. El frío podía haber atenazado sus cuerdas vocales. No pudimos pensar, o no quisimos pensar, que lo que le pasaba a Tiburcio se llamaba miedo. Era parvo y el tamaño del gato le imponía respeto aún sabiéndose a salvo tras los barrotes de su jaula. La congoja le oprimía cuando Matías apoyaba su hocico en ellos y él se veía reflejado en aquella pupila que era tan grande como su cabeza. Renqueaba hasta el fondo de la jaula, hasta aquella parte que estaba más suspendida en el aire, más alejada y donde cerca del comedero, se sentía a salvo. Pero aquella niña oscura, ovalada; seguía observando, si apartaba la vista igual el pájaro volaba. Matías no se daba cuenta de que aquello era imposible. Tiburcio estaba atrapado, pero también estaba a salvo de sus afiladas uñas. Así, en silencio, el canario pasó los cuatro meses de duro invierno. Pero por más que hicimos y más visitas que realizamos al veterinario para averiguar su mal, nada pudimos contra la dolencia del pequeño animalito. – Mejorará cuando llegue la primavera. Nos dijo el médico.

Cuando por fin la primavera estaba a las puertas de la vida Tiburcio cambió el plumón, dejando pequeñas y amarillas plumas, que volaban en la brisa fresca que entraba por el ventanal abierto, por toda la casa Matías volvió a sus rayos de sol que calentaban el suelo de madera. Alejándose indiferente del ave que nunca podría conseguir.

Aquel miércoles, que por ser fiesta la casa amaneció más tarde, nadie oyó al canario que en un esfuerzo sobre humano había cantado todo lo que durante tiempo estuvo guardado en su garganta. Cantó hasta agotar su repertorio tantas veces en su cuerpo contenido. Cantó mientras se balanceaba en el columpio y recibía los primeros rayos cálidos de la primavera inminente que en un par de días estallaría en esplendor de colores. Cantó hasta que los sonidos rompieron por el esfuerzo aletargado de tantas melodías mudas, su tráquea. Y allí murió.

Definitivamente odio los miércoles.
(escrito por y para C.S.F.)

EL TIEMPO...

Dicen que el tiempo lo cambia todo. El reloj de péndulo situado al lado de las escaleras, lo confirma. Es de roble viejo, deslucido por los años, arañado en sus bajos y con la cerradura de la portezuela de cristal, por la cual se ve el vaivén del péndulo, rota desde hace muchos lustros. El cristal de la esfera también ha perdido su brillo, pero todavía se ven los números góticos y las negras manecillas que van marcando inexorablemente el paso de los días. El reloj ya no marca los cuartos, y se agradece, aún perdiendo ese lapso de tiempo recordado las horas se siguen haciendo igual de largas. Antaño, aquel hermoso mueble traído de Europa, tenía unos dibujos dorados en su frontal, que festoneaban las puertas. Ahora el dorado metal está negro y deslucido, nadie se preocupó de limpiarlo, nadie ostentó nunca a través de él su posición. Él se quedó callado, no protestó por la poca atención recibida y siguió avisando de la hora de levantarse, de comer y de acostarse. Siguió siendo el centro de la familia y se regían por lo que él mandaba. El tiempo marcado es el que valía para hacer cualquier plan, para exponer cualquier problema. Su latir constante, que manejaba a su antojo, decidía.
El hogar se fue llenando, vaciando y llenando de nuevo con las generaciones venideras. Los muebles antiguos fueron sustituidos por nuevos, más funcionales, más cómodos, más adecuados al progreso de la vida. Sólo el reloj y su péndulo conservaron su sitio al pie de la escalera. Él veía desde su ojo central como todas las cosas que conocía iban saliendo por la puerta. Las mesas de caoba, las sillas Luis XVI, los juegos de porcelana; todo lo viejo. El tenía miedo de ser desechado también, pues era mucho más anciano que muchos de los objetos que la casa conservaba. Y se esforzaba cada día por no sentirse derrotado, por seguir marcando el pulso de lo cotidiano, no quería detenerse, aunque el hacerlo supusiera para él pararse en un momento determinado y que no siguiera avanzando el tiempo. Quería detenerse antes de olvidar los sonidos de valses, de fiestas, del roce de los suntuosos vestidos de las jóvenes al remolonear a su lado. No quería olvidar su pasado. Pero todos los días una mano giraba una manecilla pequeña y casi invisible que estaba entre el numero seis y el siete. Todos los días alguien le recordaba cual era su función en aquel rincón de la casa. Todos los días el péndulo se movía dentro de él, como un corazón que no debe dejar de latir. Tic-tac, tic-tac. Pero se hacía viejo, y estaba cansado de seguir el ritmo, la vorágine del progreso. Tic-tac. T i c – t a c , t i c – t a c .
Empezaba a retrasar. Lo notaba dentro de él, se esforzaba en no dejar que los segundos se hicieran más cortos de lo que tenía establecido. Era su trabajo, el único que había conocido desde que lo convirtieron en una máquina perfecta para controlar el tiempo y ahora éste se le escapaba sin poderlo remediar. Sus campanadas a la hora eran más lentas y sosegadas. Eso no impidió que el pulso de la vida a su alrededor siguiera avanzando, durante un tiempo parecieron caminar juntos, luego lo superaron. Y se quedó sólo, ahí, en el rincón, hasta que se paró.

17 octubre 2003

1) ¿Tienes un sueño?¿Alguna vez has logrado realizar alguno de tus sueños?Sueños?? muchos. La semana que viene voy a realizar uno que tengo desde pequeña... el frío, la nieve y San Basilio me esperan.
2) Si supieras que sólo te queda un día de vida, ¿qué harías? Besarle hasta morir
3) ¿Si pudieras tener un superpoder, ¿cuál escogerías?hummmm, difícil pregunta... quizá poder leer la mente, pero no es un poder fácil de manejar, puedes encontrarte cosas que no te gusten
4) Si pudieras cambiar alguna parte de tu cuerpo ¿cuál cambiarías? Lo que hay entre el cuello y el pubis, menos mi ombligo... ése me gusta mucho.
5) ¿Tienes alguna manía, temor o fobia?¿Cuál? Manía, colocar las etiquetas de las sábanas siempre en la parte de abajo si no se puede las corto. Fobia, las polillas de verano, veo una y salgo corriendo. Temor, a perder a los que quiero y significan algo para mi... aunque eso es inevitable


TE ACUERDAS?

cuando decías que nunca tendrías un móvil?
Y has pasado a formar parte de los millones de personas que tienen uno; eso si no tienes dos.
Recuerdas cuando te daba vergüenza hablar por la calle?
Y ahora vas tranquilamente pendiente de tu oreja sin darte cuenta de los otros peatones a los que no ves y tienen que ir esquivándote para no chocar contigo.
Recuerdas cuando llamabas a un lugar y no a una persona?
pero llegabas a casa y el contestador estaba lleno de mensajes recordándote un cumpleaños, una cena... y ahora la luz ni parpadea.
Recuerdas lo aburrido que era esperar al autobús?
y ahora en ese mismo autobús vas oyendo cuatro o cinco conversaciones que no te interesan en absoluto y no te dejan concentrarte en la lectura de tu libro, estancado mil veces en la misma línea

Recuerdas la sensación de estar sólo?
ahora allá donde vayas cualquier musiquilla interrumpe tus propios pensamientos.
Recuerdas cuando tenías que ir a la oficina?
y ahora te quedas en casa trabajando sin ver a nadie, sin relacionarte
Recuerdas cuando sonaba el móvil a mitad de función?
y ahora por mucho que unos dibujitos animados te digan que apagues el móvil, siempre hay alguno que suena.
Recuerdas cuando sólo había noticias a la hora de la comida y la cena?
Y era cuando la familia se reunía... y ahora sólo la ves una vez al mes.
Recuerdas cuando la palabra "que" tenía tres letras?
i aora no aces + k kmeter faltas ortograficas i no ay kien t entienda
Recuerdas cuando ibas corriendo a casa para dar una noticia?
o querías que el camino fuera más largo para poder encontrar las palabras adecuadas
Y todo lo que te perdías por estar lejos?
y todo lo que te pierdes mientras hablas o estas escribiendo un mensaje en el móvil...

Bonita la publicidad sobre telefonía móvil... ¿no?
He de confesar que formo parte de la comunidad de movileros, eso sí... pocas veces contesto, menos si estoy en la calle o en el autobús. Parece como si el bus tuviera un imán, subes y te pones a hablar, no falla y si todos los de al rededor se enteran... mucho mejor.
Ahora entiendo porque cada día va menos gente en el metro.

15 octubre 2003

La voluntad radica en eliminar de golpe

todo aquello que durante un tiempo

pensabas que te era

IMPRESCINDIBLE

13 octubre 2003

Después de un duro fin de semana anímico, en el cual la lluvia no ha ayudado mucho la verdad, me propuse quitar los últimos post... estaba muy decepcionada con eso conocido como ¿humanidad?, con esa cosa que construye lazos llamada amistad y que en el fondo son tan frágiles como un recién nacido. Pero sería como arrancar una página de mi diario personal, sería como dejar desaparecer los problemas y sentimientos; cuando
en verdad están ahí. Los problemas se resuelven (o no) pero los sentimientos
son más difíciles de manejar. Intentas no hacerles mucho caso, pero no hay más que querer olvidar algo, para que no se aparte de tu mente. No sé si alguien se verá aludido en mis palabras o alguien se vera reconocido en ellas. Las situaciones, para muchos son iguales, idénticas. No en vano formamos una sociedad, seguimos unos cánones y a veces parece que nuestras vidas y nosotros mismos estemos cortados por un mismo patrón.



Los dolores pasan y los sentimientos serán sustituidos por otros

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10 octubre 2003

SE NOTA QUE HOY ESTOY DE MALA LECHE VERDAD?

CREO QUE ME IRÉ AL CINE

Cartel de Freddy contra Jason

Imagínate un sueño tan real
que agradecerías la muerte para salir de él

La esperaba, apoyando la espalda sobre la fría y húmeda madera de la puerta del portal, la mirada perdida en las manecillas del reloj. Se retrasaba. Había estado lloviendo durante todo el día, nubarrones negros se habían estancado sobre los tejados y después de un tiempo casi eterno, cuando parecía que una suave y fría brisa se las llevaría, descargaron con fuerza mojando las calles. Estuvo toda la tarde remoloneando entre el sofá y la alfombra. Se sentía nervioso y nada calmaba la congoja que le carcomía por dentro. Su mente volaba de un objeto a otro, de un canal de televisión al siguiente, de un pensamiento salía otro. No venía. Quizá en el último momento se había arrepentido. Se quedó allí parado. Había comenzado a llover de nuevo, no llevaba paraguas y las gotas lo mojaron por completo. La calle se quedó vacía, silenciosa, pero el siguió allí, esperando. No iba a venir; ahora lo sabía, tenía esa certeza. Su cabeza buscaba razones, explicaciones. No lo entendía después de tantos planes trazados juntos. Había pasado una hora, luego el reloj marcó otra, a la tercera renunció
a esperar más. No iba a aparecer. El teléfono no sonó, no tuvo ningún mensaje, no recibió ninguna excusa; aunque fuera vana. Ahora ya no la creería, el plantón no justificaba el tiempo perdido. Su desazón, al paso del minutero en su reloj de pulsera, se convirtió en enfado, en renuncia y terminó por desembocar en una decepción que lo llenó por completo y le empapó tanto como la lluvia. Para calmarse dio una vuelta a la manzana, recibió entonces un mensaje en su móvil "ahora te llamo". Sí, ahora ya no vendría. Ni siquiera aquellas tres palabras consolaron sus lágrimas confundidas con la lluvia en su rostro. Su visión borrosa le permitió contestarla "déjalo, estoy llegando a casa". De nuevo en el portal abrió la puerta, se limpió los pies en el felpudo de la entrada, dejó atrás la pena; al menos lo intentó y cerró.
Otra puerta más. Otra historia más. Otra decepción más.

1) ¿Hay alguna frase célebre o cita que signifique algo especial para ti? Cada palabra se convierte en un arma, cada destello de humanidad es una debilidad, cada confidencia da lugar a una traición.

2) ¿Qué frase de una película se te ha quedado marcada?
“SIEMPRE JUNTOS Y ETERNAMENTE SEPARADOS”, Lady Halcón.


3) ¿Qué frase de un libro te ha hecho pensar?

Si a un miedo no le puedes dar forma, no le puedes vencer. Insomnia de Stephen King


4) ¿Hay algún verso de una canción que te parezca realmente especial? Si preguntan por ti,
solo diré que te vi,
en mis sueños una noche
y solo sueño desde entonces,
para verte cada día junto a mi.
(Alex Ubago)



5) ¿Cuál es el mejor piropo que te han echado o que hayas echado? 

No sabe no contesta; de momento…

09 octubre 2003

TU AUSENCIA ES MÁS DOLOROSA; MÁS TRISTE DE LO QUE HUBIERA PODIDO IMAGINAR. Y LO SERÁ MÁS HASTA QUE SUPERE QUE YA NO ESTARÁS.
Sabía que era imposible, pero he esperado. Sabía que era demasiado fácil. Y seguí esperando, mientras el estómago se iba cerrando y el corazón, que durante todo es día había estado desbocado, se hacía de piedra. Esperé. Minutos perdidos se hicieron agua. Nubes blancas se volvieron grises. Y en mi mente el deseo de verte, de sentirte, de mirarte murió en las horas del crepúsculo. Esperé. Te esperaba. Ni una voz que rompiera el silencio que me envuelve. Mentiras. Las palabras se han vuelvo cenizas. Las fotos amarillean en el recuerdo. Esta vez el puente es demasiado largo para cruzarlo. Esta vez el muro se hace infranqueable. Siguen siendo mentiras en recuerdos encerrados. Sigue siendo el tiempo de esperar y no recibir respuestas. Sigue siendo sólo mi tiempo. El de siempre. Sólo mío, pero ahora ya no lo comparto contigo. No encuentro razones que expliquen ahora la razón de tu existir en mi. En ninguna parte que pudiera esconder de todo. Te esperé oscuridad, y ahora no tengo ni día, ni noche, ni sueños. En tu última palabra dejaste morir mis ojos. ¿Debo decirte adiós para siempre? DEBO.

07 octubre 2003

La cama se les había quedado pequeña, en un momento hasta les sobró y se hizo un mar de calma a los lados mientras en el centro se desataba la tempestad de miembros, sábana y caricias. Ahora una vez satisfecho el ardor del primer encuentro y las fantasías que habían permanecido ocultas pero había sido escritas entre líneas, los cuerpos permanecían juntos, tumbados, rozándose las caderas. Él echado boca arriba mientras el humo de un cigarro prendido flotaba a su alrededor. Ella tumbada boca abajo, con los codos apoyados sobre el colchón y un libro que reposaba sobre la almohada. Leía en voz alta relatos complementarios a la noche que aún quedaba por delante. La mano de él que no sostenía el cigarrillo, acariciaba la espalda de ella. Desde los hombros hasta el nacimiento de las nalgas. La piel de ella se contraía a cada paso de aquel dedo helado que la rozaba, como si el hielo contenido en aquella mano hacía tiempo, se hubiera derretido allí mismo, bajo la piel, formando parte de la carne. A ella le gustaba tenerle a su lado y compartir ese momento de sensualidad. Se sentía bien, así tumbada, sin más ropa que la sábana que cubría los dedos de sus pies, oyendo su voz y la respiración de él calmándose. Su piel, su tacto, su olor; su presencia allí, en ella... No se sentía violenta por estar así, desnuda a su lado. Los besos, las caricias, habían construido sobre ella una nueva piel. Las palabras, durante tanto tiempo escritas; una complicidad sin precedentes, que la alejaban de sus terrores más ocultos. Sus miedos fueron enterrados entre puntos y comas. Perdió la vergüenza al verse reflejada en sus ojos, al ser esculpida por sus manos, al ser cubierta por sus besos. Él acabó el cigarro, dejó el cenicero en el suelo, se incorporó y puso su cuerpo sobre la espalda, fría, de ella para continuar desde allí la lectura que la chica había interrumpido por un momento. Su voz sonaba alegre, jovial; como él era. Divertido, loco, a veces extravagante, pero siempre él... Cerró los ojos para sólo oír su voz y dejarse transportar. Luego giró sobre ella misma arrastrándole consigo hasta quedar sobre su torso desnudo. Allí apoyada sobre su pecho, la voz de él le llegaba ahogada y la sumió en un dulce sueño, del que no quería despertar.

05 octubre 2003

1)¿Qué olor te trae buenos recuerdos de tiempos pasados? Un perfume... el que llevaba él... nunca me dijo cual era el nombre, pero a veces lo huelo por la calle, en un bar y me remonta a sus brazos de nuevo y al primer beso que recibí.
2)¿Sin contar la música, que sonido te genera recuerdos agradables de tu infancia? El camión de la basura, aunque ahora ya no suena como antes.
3)¿Cuál es el recuerdo más viejo que tienes? El atropello de un gato negro por un autobús en Picadilly, tenía unos tres años y me impactó ver el cuerpo espachurrado en el asfalto y la cabeza en la acera
4)¿Qué momento de tu vida ha sido suficiente para decir "nada más por esto vale la pena haber vivido"? Espero seguir viviendo hasta que encuentre ese momento.
5)¿Cuál sería tu trabajo ideal, sin importar la remuneración económica? Aquel que me permita disfrutar de él, que no fuera una obligación para subsistir y sí un placer para vivir.

03 octubre 2003

Sigue lloviendo. Las nubes y claros son intermitentes en el cielo. En el despacho tengo una ventana y la suerte de que mi edificio es más alto que el de enfrente; eso me permite tener un trocito de cielo, un hueco de evasión, de fantasías; una puerta más allá de estas cuatro paredes que encierran mi existencia. No puede decirse que la calle sea tranquila. Continuamente hay sonidos que taladran nuestros oídos, pero no echo de menos el edificio “inteligente” donde trabajaba antes. El asfalto cada día nos sorprende con un ruido nuevo, me he dado cuenta de lo que es, o lo que llaman, la contaminación acústica. Si un día estás en ésta calle y te cae un huevo desde lo alto, un jarro de agua o cualquier otro objeto; ten una cosa segura, he sido yo cansada de que el claxon de tu coche no pare de sonar mientras el camión que tienes delante está descargando, alguien está saliendo de un taxi o una furgoneta está intentando recular para girar en la siguiente esquina. La gente tiene muy poquita paciencia al volante. Desde que tengo esta ventana, esta calle, lo he comprobado. Los días de lluvia no ayudan mucho a la paz de la acera… pero me encantan.
Espero que hoy sea un día de suerte... ha tenido 1001 visitas...
¿Mi día de hoy sera como el cuento de las 1001 noches? Libro que por cierto no he leído, y como mucha gente sólo conozco de oídas.
Una y mil gracias a todas esas personas que alguna vez visitaron esta página, a aquellas que siguen visitándola porque encuentran en ella algo interesante... a las que vienen y pasan de largo. A mis Carlos, que sé que no me fallan y aparecen por aqui cuando pueden. A los amigos nuevos, a los viejos, a los futuros, a los cercanos, a los lejanos. A TI, oscuro... que me creas una confianza en mi perdida desde hace tiempo y desde que existes; sonrío más y mejor.
A Naykis, por salvar mi libro de visitas (intentaré escribir más y mejor)
GRACIAS A TODOS, sin vosotros, esto no sería posible...
(jajaja me parezco a los de la tele)

02 octubre 2003

Llueve. Lleva tres días lloviendo. A veces la cortina de agua es tan intensa que no te deja ver los edificios cercanos. A veces es tan tenue que parece que no lloviera. Me gustan los días de lluvia. Me gusta ver llover a través de los cristales. Me gusta mojarme bajo las frías gotas. me gusta el cielo plomizo, como cobre infranqueable, como mercurio que se escapa por los dedos. Me gusta el olor de la ciudad mojada, ese olor característico de los sufrimientos ajenos. Me gusta la luz del sol cuando rompe las espesas nubes de tristeza. Me gustan los relámpagos, de mil brazos, cuando rompen la oscuridad a medias de la cuidad. Y el retumbar protestante de los truenos. Me gusta contar y saber cuanto tiempo me queda hasta que la lluvia descargue sobre mi cabeza. No corro, no me escondo de las gotas, que empapan mi ropa, mi pelo, mi cara si miro al cielo. Me gustan los días de lluvia... por eso odio los paraguas.