03 octubre 2003

Sigue lloviendo. Las nubes y claros son intermitentes en el cielo. En el despacho tengo una ventana y la suerte de que mi edificio es más alto que el de enfrente; eso me permite tener un trocito de cielo, un hueco de evasión, de fantasías; una puerta más allá de estas cuatro paredes que encierran mi existencia. No puede decirse que la calle sea tranquila. Continuamente hay sonidos que taladran nuestros oídos, pero no echo de menos el edificio “inteligente” donde trabajaba antes. El asfalto cada día nos sorprende con un ruido nuevo, me he dado cuenta de lo que es, o lo que llaman, la contaminación acústica. Si un día estás en ésta calle y te cae un huevo desde lo alto, un jarro de agua o cualquier otro objeto; ten una cosa segura, he sido yo cansada de que el claxon de tu coche no pare de sonar mientras el camión que tienes delante está descargando, alguien está saliendo de un taxi o una furgoneta está intentando recular para girar en la siguiente esquina. La gente tiene muy poquita paciencia al volante. Desde que tengo esta ventana, esta calle, lo he comprobado. Los días de lluvia no ayudan mucho a la paz de la acera… pero me encantan.

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