Hay esquemas en la vida que parecen repetirse una y otra vez. Es como aquello de tropezar dos veces con la misma piedra (o tres, o cuatro o hasta que algo te sangra y desistes de tu empeño). Pues eso es lo que anoche me dio por pensar. Esos esquemas que se repiten en mi vida.
Uno de esos casos son los nombres de la gente que uno conoce según van pasando los años. Parece que siempre he tenido predilección por los CARLOS.
Carlos y su vespa
Carlos M, siempre tan sensible, siempre con su melancolía perenne, siempre ahí en la sombra, siempre queriéndole tanto, en la cercanía o en la lejanía... Él siempre, queriéndome a su manera.
Carlos D., al que nadie quería porque era demasiado feo, pero sólo por fuera.
Carlos, nacido el 4 de julio, un cabra loca de intensos ojos tan azules como las mañanas que nos sorprendieron juntos.
Carlos, aquel que conocí un día y me escribió una de las frases más bonitas y sinceras.
Carlos R. al que tenía que haber conocido algunos años antes
J. Carlos, que destruyó una amistad y un sueño.
Carlos F-F, para él no tengo palabras. Ha sido un apoyo, una risa, una lágrima, un tiempo que a veces hubiera querido detener, es en definitiva un amigo.
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