07 febrero 2005

LLUEVE...

Ayer miraba tras el crital como la tormenta se iba acercando, como las nubes grises iban cubriendo los edificios, tornándolos lejanos, fantasmales y haciendo inalcanzable el cielo. Y me llegó a la mente una canción de antaño, mil veces escuchada en un tocadiscos.

Llueve, detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados, sobre los campos, llueve.

Pintaron de gris el cielo y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.

La tarde que se adormece parece
un niño que el viento mece
con su balada en otoño.

Una balada en otoño, un canto triste de melancolía,

que nace al morir el día.
Una balada en otoño, a veces como un murmullo,
y a veces como un lamento y a veces viento.

Llueve, detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados, sobre los campos, llueve.

Te podría contar
que esta quemándose mi último leño en el hogar,
que soy muy pobre hoy, que por una sonrisa doy todo lo que soy,
porque estoy solo y tengo miedo.

Si tú fueras capaz
de ver los ojos tristes de una lámpara y hablar
con esa porcelana que descubrí ayer y que por un momento
se ha vuelto mujer.
Entonces,
olvidando mi mañana y tu pasado
volverías a mi lado.
Se va la tarde y me deja la queja
que mañana será vieja
de una balada en otoño.

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