29 junio 2004

Nos aburrimos de pensar a cada momento en qué nos equivocamos, cuando las cosas no salen bien, o no salen como uno quiere. Nos arrepentimos a veces de hablar de más o de callar las cosas que deben de ser dichas. Olvidamos mirar de frente al interlocutor que nos apela a responder para perdernos en mentiras o ensueños. He de confesar que el paso de los días cada vez se hace más largo; debe ser por la luz, que se rebela, o el deseo de que acabe una jornada laboral eterna y tediosa. Vuelo y me estrello. Dejo escritos pensamientos que vuelan entre mis dedos sobre teclas casi blancas, no miro lo que escribo, sólo dejo llevar la mente, y entre tantas palabras habrá una frase que signifique algo, habrá algo que quiero decirte y no puedo y que se escribirá solo. Habrá heridas, rasguños y grietas de un cuerpo que se hace fuerte, que no quiere olvidar; que no puede, que no debe. Si te olvido, si me olvidas, será para siempre, será como enterrar una vida, un pasado. Al fin y al cabo el pasado nunca nos abandona, nunca se deshace de nosotros ya que su historia está escrita en nuestra piel, en nuestra alma, en cada paso que andamos y en cada paso que detenemos. A veces no es suficiente con gritarle que se vaya, que se aleje, que se desprenda de nosotros, que nos deje continuar el camino solos.

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