28 julio 2003

El sol que entraba por la ventana era doloroso y hacía que la sábana húmeda se pegara sin compasión a mi cuerpo como un atuendo mortuorio. Mis pupilas ante la claridad eran una minúscula canica negra que no conseguía enfocar a pesar de los esfuerzos que hacía mi cerebro por mandarles esa simple acción. Quizá era demasiado pronto. Quizá. Me incorporé un poco para ver la hora en el reloj digital que había sobre la repisa de la ventana y fue entonces cuando mi hueso occipital gritó que si no me estaba quieta dejaría de formar parte de mi. Por lo menos esa parecía su intención. Más bien improbable... pues no podría alejarse muy lejos. Simplemente quería estar en la inconsciencia que me había mantenido hasta entonces tumbada. Y le hice caso; ya que el dolor latente que me impuso me hacía estar en sus manos y no quería enfadarlo más de lo que estaba. El resto de mi cuerpo intentó imponerse a sus deseos, pero me sentía incapaz de moverme. Agua, reclamaba agua para salir de la deshidratación a la que le había obligado, en las horas de sueño incierto, desde de la madrugada. Mis dedos, en una mano que me parecía tan irreal como mi propio cuerpo, temblaban al intentar agarrar la botella que descansaba desde el amanecer en la mesa. Los labios fruncidos como una puntada mal dada parecieron descoserse de su letargo al ver la proximidad del líquido que necesitaban y cuando se posaron sobre el cuello de cristal, ni el cerebro ni yo pudimos parar la avidez de un cuerpo seco. No estaba fresca, después de las horas sofocantes de calor y la notaba bajar por mi garganta como lava punzante. Mi cabeza volvió a gritar, esta vez lo suficientemente fuerte como para que mis dedos asustados soltaran la botella, mis labios se cerraran de nuevo y las pupilas nublaran la vista de todo lo conocido que me rodeaba. Era mejor tumbarse y esperar a que el sol volviera a dejar el cielo. Ahora que el agua se había desparramado por la cama igual conseguía dormir un poco mejor. Lo último que mi cerebro fue capaz de decirme antes de caer en la monotonía del sueño, es que cada año que pasa soporta peor las resacas. Quise decirle que me pasaba lo mismo... pero ya no pude.

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