28 julio 2003

Ahora que nadie me ve y que la ciudad duerme he pensado subir al tejado de la casa. Sólo para ver que se siente mirando desde allí las luces y la oscuridad que hay más allá de la urbe. Dicen que las estrellas no existen, que no lo hacen en las grandes ciudades, donde tanta luz eléctrica las eclipsa. En el fondo no existen en estos sitios porque la gente dejó de creer en ellas cuando dijeron que ya estaban muertas desde hacía tiempo. ¿Porqué perder esas horas contemplando algo que está extinguido? Así que dejamos de soñar y de mirar de noche por las ventanas buscando esa luz que se supone ilumina los sueños. Pero desde aquí arriba, desde el tejado, intento encontrar alguna que haya sobrevivido a tanta farola que ilumina las calles. Alguna que todavía guarde un recuerdo que la haga brillar. Y me sorprendo cuando entre halos de nubes casi transparente una refulgencia tenue llama mi atención. ¡Todavía queda algún sueño! ¡Todavía no está todo perdido! Y de repente ante mis ojos la veo desintegrarse en un rayo de luz brillante. Aquel ha sido otro sueño roto, otra esperanza perdida. La noche, sigue siendo igual de negra, igual de triste.

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