22 mayo 2003

Subía las escaleras destartaladas y carcomidas despacio. Olía a humedad; esa humedad concentrada, encerrada, durante muchos años y olía a algo más que su nariz no pudo reconocer, pero en su cabeza se encendió una pequeña señal de alarma que tensó sus músculos. La oscuridad la rodeaba, densa, silenciosa; arropándola para disipar sus miedos sin conseguirlo. Temblaba mientras a sus oídos llegaban ruidos desconocidos, pasos apenas perceptibles, sensaciones que la hacían encogerse dentro de su piel. Se sintió de repente pequeña en aquella casa. Aquellos escalones se le antojaron, ahora, enormes y frágiles. Sus pies se detuvieron, la sensación de estar invadiendo un lugar vedado la recorrió de nuevo, por un instante y pasó de largo a través de ella. Un paso más y alcanzó lo alto de la escaleras. Miró desde allí hacia abajo. El polvo lo cubría todo, las telas de araña se asentaban sobre los objetos yertos que permanecían en la entrada, se enredaban en las columnas del antiguo salón de baile brillando como hilos de plata muertos, olvidados. Su cuerpo se había relajado ante aquella visión placentera de lo antiguo cuando un soplo de fría brisa la obligó a girarse hacia el corredor en penumbra del primer piso.
Entonces lo vio, recortándose en la cristalera del final del pasillo donde la tarde moría. Era alto y flaco hasta el extremo, pilongo hubiera dicho el abuelo, su rostro estaba oculto por las sombras, en él brillaban unos ojos casi transparente. Ella no podía moverse, sus músculos se habían vuelto de piedra, su sangre se había coagulado en sus venas y el grito quedó mudo en su garganta. El olor la azotó de nuevo pegándose a su cuerpo, a sus ropas, casi lo podía palpar si sus manos se hubieran podido mover. Cerró los ojos no quería ver, ni sentir, él no estaba allí aunque perteneciera a la casa. Y ella no estaba preparada.   N o   e s   m i   t i e m p o,  n o   e s   m i   t i e m p o, escribía en su cabeza mentalmente, pulsando cada tecla de su vieja máquina de escribir allí visualizada. Pero al abrir los ojos, el seguía allí, observándola. Movió su mano lanzándola un beso desde la oscuridad. El olor a jazmines nuevos la envolvió. Luego. La oscuridad.

No hay comentarios: