20 mayo 2003

DE LIBROS
Hoy un recuerdo para los libros de antaño, aquellos que acompañaron nuestras tardes lluviosas de sábado en casa, aquellos que nos hicieron disfrutar mil y una aventuras y quisimos hacerlas nuestras.

Este largo fin de semana en Madrid, algunos hemos aprovechado para irnos fuera. Yo he estado fuera. En estos cuatro días me he leído dos libros, amarillentos por el tiempo, oliendo a humedad de no ser abiertos en muchos años. Pero conteniendo las mismas letras, las mismas historias, las mismas aventuras.

Uno de ellos fue Los cinco en la granja Finniston. Otra vez los cinco... esos cinco y sus andanzas, otra vez la cerveza de jengibre y los helados. Otra vez todos juntos y una nueva aventura. Siempre tan correctos, tan amables, tan serviciales y educados. Tan ingleses. Esos ingleses de antaño y su té de las cinco. Parece que los acontecimientos se precipitaban cada vez que los cinco se reunían.

He estado curioseando por la red, parece que muchos de mi generación, las anteriores y las posteriores crecimos con esos libros y debían de ser buenos, las opiniones coinciden; casi todas. Me ha sorprendido una de las opiniones que he leído sobre Los cinco y que yo, con mis 8 o 9 años nunca llegué a pensar. Ni se me pasó por la cabeza que Georgina (Jorge) fuera un personaje creado para alzar la opresión de las mujeres ante los hombres en aquella época, ni que el hecho de que ella usara shorts, podía tomarse como una rebeldía por ser una prenda vedada a las mujeres. Ni me he planteado, ni antes ni ahora, las inclinaciones sexuales de Jorge. Para mí era una heroína. Porque hacía las cosas que yo siempre hubiera querido hacer, de ser tan intrépida y no amilanarse ante la oscuridad, ante un disparo en la lejanía, ni ante un nuevo misterio. Anne siempre me pareció un poco cursi, un poco débil, en definitiva, una miedica.

No me dio tiempo a leer más; lo hubiera hecho con gusto. Pero en las estanterías todavía hay algunos títulos más, con sus tapas tantas veces abiertas pegadas con papel celo que va perdiendo su poder de pegado según pasan los años. Seguramente los leeré en verano y vuelva a los recuerdos. A montar en bicicleta por parajes hermosos. A descubrir pasadizos secretos y tesoros escondidos. Sé que seguirán gustándome.

También mi tiempo, entre otras cosas, se ha visto envuelto en otro libro Los felices Hollister. El primer libro de esta peculiar familia que allá donde iban aventura que encontraban. Pete, el hijo mayor; Pam, la hija mediana; Ricky, el pecoso travieso, Holly la cuarta de los hermanos, la pequeña Sue; Zip, el perro y Morro Blanco, la gata, y sus gatitos. También me trajo recuerdos de disfrutar con la lectura durante horas y horas. Montar con ellos en barca, jugar a juegos en el jardín, participar de las travesuras de Ricky. Vivir sus angustias cuando el peligro les acechaba o descubrían, tan jóvenes, algún tesoro buscado por los mayores desde hacía tiempo. Me sentía una Hollister más y era feliz.

Ahora, releídos después de tanto, tanto tiempo, no me he sentido ajena a ellos. Según pasaba las páginas iba recordando lo que ocurriría en el siguiente capítulo y aún así me aferraba a las tapas esperando el siguiente paso que darían los protagonistas, con el alma en vilo, como antaño. He disfrutado.

Muchos otros libros se han quedado guardando polvo en el desván. Esperando para ser leídos, compartidos, recordados. Tendrán su tiempo...

Recuerdo Torres de Malory. Desde el primer curso hasta el quinto. Participé en las aventuras de las muchachas en aquel internado inglés. Con su piscina natural y sus dormitorios compartidos, donde si no tenías tus cosas ordenadas te castigaban tus compañeras con el cepillo. Página a página compartías la angustia de las alumnas nuevas y la arrogancia de las antiguas. Subías y bajabas por las antiguas escaleras, reías con las bromas gastadas a las profesoras y te desesperabas con el incomprensible francés. Cuando acababa el curso te entristecías y corrías a la estantería a coger el segundo tomo, o el tercero. Te hacías cinco cursos en un solo año.

También me gustaban mucho Los tres investigadores eran chicos más mayores: Júpiter Jones, Pete Crenshaw y Bob Andrews, sus historias más misteriosas, más arriesgadas. Robos, joyas, armas de fuego, intrigas allá por donde iban. El primer libro que leí de ellos era de mi hermano, se llamaba Los tres investigadores y el misterio del gato de trapo y me enganchó. Uno tras otro me fui comprando, o me compraban, todos los que pude. Hasta que descubrí nuevas aventuras; la siguiente me parecía aún mejor que la anterior y aquel gato de trapo quedo sumido en un recuerdo rodeado de todos sus hermanos, de lomos verdes con letras amarillas.

Creo que la última colección de mi juventud que leí fue la de Puck “cabecita loca pero gran corazón” Aquella danesa de nombre real Bente, acabó metida en un internado situado cerca de un bosque y un lago, donde junto con sus amigos las aventuras aparecían sin cesar. Torres de Malory y Santa Clara eran internados de señoritas, el de Puck era un internado mixto. Aquello supuso una novedad en la lectura y descubrir muchas cosas sobre los chicos y chicas. Puck compartía habitación con otras tres chicas y su cuarto fue llamado El Trébol de Cuatro Hojas. Los chicos amigos de Puck se llamaban Alboroto y Cavador y participaban en todas las aventuras.. A parte de la lectura, lo que me gustaban de esos libros eran las ilustraciones, que me dedicaba a colorear con mis lápices de colores: ojos, uñas, labios, prendas de vestir, paisajes... tal y como yo los imaginaba.

Quizá cuando pueda leerme de nuevo, por lo menos uno de cada libro nombrado, pueda escribir más sobre ellos. Pues tendré más recuerdos.

Las aventuras juveniles dieron paso a otras lecturas.

Uno de mis libros preferidos es el que da nombre a este blog “El patio de los niños de piedra” o de otro blog que cree antes de éste y se quedó en el intento “Cien años de soledad” libro que no pude acabarme; no quise acabármelo, me gustó tanto, tanto que me daba pena terminarlo y ahí se quedó, en la estantería del cuarto de estar con diez hojas no pasadas. El patio tiene sus lomos completamente destrozados por el uso y su color amarillo y el dibujo de la portada descoloridos. Pero la historia sigue estando ahí para quien quiera leerla.

Otros libros que dejaron huella en mi fueron la colección de Pepa y Misi con la que aprendí a leer, Los Batutos, Cuentos por teléfono, Pumuky, Charlie y la fábrica de chocolate, (el otro día hablando con un amigo coincidimos en un libro que nos había gustado de pequeños y que me encantaría volver a leer Los escarabajos vuelan al atardecer, incluso llegué a robarlo de la biblioteca del colegio, pido ahora perdón por ello, más después de haberlo perdido), La historia interminable, Momo, Los pilares de la tierra... 27 años dedicada a la lectura da para muchos más libros, pero esos son los que recuerdo con más cariño,

Y finalmente mis gustos cambiaron a caminos más oscuros... La estantería de mi habitación está repleta de libros sobre vampiros, brujas, monstruos, cosas ocultas, casas encantadas y la colección completa de libros de Stephen King hasta la fecha. Pero de él no voy hablar... no acabaría.

Sólo espero poder inculcar a mi sobrino la pasión por la lectura, no se da cuenta lo que se está perdiendo por no leer... porque todavía hay tantas vidas por vivir y tantos sentimientos por descubrir, que nos haría falta más de una existencia para poder hacerlo.

No hay comentarios: