06 abril 2005

Sentidos...

Me dijo que no lo mirara, que en cada parpadeo le robaba una parte, que sentía que se iba haciendo invisible a la vez que ligero cada vez que mi pupila se clavaba en su piel. No sé si era una manera de echarme de su lado y de su vida. ¿A que aspiraba yo si ni siquiera podía observarlo? No podía mirarlo mientras hablábamos y las comidas se hicieron mudas, mientras con inusitada calma paseábamos los alimentos alrededor del plato hasta que se quedaban fríos; como nosotros y nos retirábamos de la mesa sin a penas cruzar un roce. Las noches sin embargo se convirtieron en un mundo nuevo por descubrir. Un abismo de sensaciones que se habían muerto durante muchos años en los dedos y que ahora afloraban en la oscuridad. Él quería disfrutar de mí y yo de él, queríamos seguir amándonos como cuando nos conocimos, inexpertos y tímidos con el sol entrando a raudales en aquella habitación de hotel perdida en ninguna parte. Ahora la negrura de la habitación no me permitía mirarlo; pero lo intuía, palpaba cada palmo de su cuerpo, descubriendo a cada momento lo que antes los ojos me ofrecían pero el tacto me había negado. Reaprendí a escuchar su respiración y que él comprendiera la mía. Los besos se hicieron más dulces y más salvajes, al igual que las caricias, por lo inesperado. A veces la mañana me sorprendía mirándolo a hurtadillas, la luz del sol se filtraba en pequeñísimas líneas por la persiana, que se quedaban estáticas en su cuerpo desnudo sobre la cama. Eran los únicos momentos que tenía para mirarlo, sólo unos segundos, a veces unos minutos, luego se iba volviendo transparente y antes de que desapareciera salía de la habitación.

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