21 febrero 2005

Conjeturas...

Pensó que no tenía sentido continuar, que todo estaba perdido de antemano aunque se esforzara en sacar adelante lo poco que tenía. No llegaba a comprender porque el muro no terminaba de ceder ante sus impulsos que día a día se hacían más débiles, ante sus súplicas que le hacían acuñar lágrimas ardientes en los ojos. Últimamente las fuerzas le fallaban. Desollaba sus manos en piedras cortantes entre las que a veces nacía un musgo que refrescaba sus manos. Es lo que le hacía continuar, una pequeña esperanza, un resquicio de cordura ante tanta insensatez, un algo que le susurraba que era buena persona, que se lo merecía, que el pozo no era tan hondo como lo imaginaba. Pero la crueldad que lo rodeaba, la injusticia, el abandono, podían irremediablemente con sus fuerzas. Se había cansado de esperar esa luz al final del camino, esa mano que no llegaba, esa sonrisa que seguía oculta entre las sombras; cansado de esa nube oscura que se había anclado sobre su cabeza y en su corazón. El cansancio se apoderaba de su cuerpo, de su mente, del olvido.
Tras el tiempo prudente en que creyó recomponer su existencia falló de nuevo la cordura y se dejó arrastrar por un sueño, sin hacer concesiones, sin detectar una sola fisura en su nuevo cuerpo, en su nuevo ideal. Durante un tiempo se vio mecido por una suave brisa embriagadora que le decía y susurraba que todo estaba bien, que nadie perturbaría la calma, que por fin había encontrado el camino y tenía su recompensa.
Y tan distendido estaba, tan reconfortado en una felicidad que parecía infinita, en un logro que por fin era suyo que no escuchó los tambores, que lejanos, anunciaban un fin, que le instigaban a correr para intentar salvar todo aquello que quería conservar. No esperaba que la explosión fuera de tal magnitud; que arrasara todo, destrozándolo, abriendo de nuevo las grietas que había costado tanto cerrar y otra vez se vio abatido, destrozado, rabioso e impotente por haber perdido de nuevo su sueño, su vida, su todo.

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