03 mayo 2004

Otro de mis libros preferidos

Atravesando la puerta de la biblioteca, Nina paso al patio. Al no ver de momento a nadie, fue de niño de piedra en niño para mirar las caras, todas ellas perfectamente diferenciadas, donde resbalaba la caricia de móviles borrones de luz solar, los labios de sonrisas leves e inescrutables y los ojos vacíos, que, no obstante, devolvían la mirada con una expresión de serena alegría. Nina deseaba alargar el brazo y tocar una mejilla, acariciar un brazo o una pierna. La piedra parecía acogedora, no gris sino de un cálido color de sol.

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