06 mayo 2004

Estaba parado en la esquina, aún vistiendo un traje liso gris marengo de corte inglés que entallaba su figura, ella le reconoció enseguida. Pensó en cruzar la acera, pero ya no daba tiempo. - Buenos días, ¿hoy hace un día precioso verdad? - saludó él con una sonrisa. Le miró por un instante y aceleró sus pasos alejándose. Sabía que a lo largo del día se lo volvería a encontrar.
Tras media mañana caótica sumergida entre papeleo decidió cerrar la penúltima carpeta y bajar a la cafetería a tomarse un café. Se sentó en su mesa de siempre, frente al ventanal, para ver a la gente pasar por la acera. Perdía la mirada entre pasos, entre conversaciones mudas tras el cristal, más allá de los baldosines mojados por la lluvia caída en la madrugada. - ¿Qué va a ser?- Una voz masculina la sacó de su ensimismamiento. Allí estaba de nuevo, su traje había cambiado por una chaquetilla blanca, pero era él otra vez. Su voz se atragantó antes de poder susurrar - Un café largo con leche fría en vaso grande-. Él sonrió dirigente y se marchó. Volvió a mirar por la ventana, intentando recordar en cuántas ocasiones le había visto en la última semana; en cuántos sitios, bajo cuántas caras diferentes; había perdido la cuenta. Decidió que el café ya no le apetecía y silenciosamente salió del local. Tenía que sumergirse de nuevo en el trabajo para no pensar. A media tarde un mensajero la interrumpió. - Traigo un paquete para usted ¿no la molesto verdad?-. Su mente supo que era él antes de que sus ojos lo miraran. Ahí estaba otra vez, enfundado en un mono azul y rojo, con el casco en un brazo y en la otra mano sosteniendo una pequeña caja de cartón que le ofrecía. Le tembló la mano al cogerla y un latigazo recorrió su cuerpo, tensándolo, cuando él le ofreció un albarán para que lo firmara y sus dedos se rozaron. Firmó presionando tanto el bolígrafo que el papel se rompió. - No te preocupes, no tiene importancia- le dijo mientras la volvía a sonreír y desandaba los pasos hacia el ascensor. Estaba cansada, de repente se dio cuenta de ello. Tanta tensión hacía presión en sus sienes. Se cruzaba con él en la calle, lo encontraba conduciendo el autobús que cogía cada mañana, era el cajero del supermercado, el hombre que limpiaba los cristales de la oficina. Siempre era él, aunque su vestimenta cambiara, aunque su nombre; muchas veces escrito en los diversos uniformes con que le había visto, fuera diferente. Y casi siempre le hacía una pregunta, sutil, que ella contestaba casi como una autómata. Así él parecía recopilar información. Sabía los libros que leía, que los días de lluvia la ponían melancólica, que adoraba el color verde, cuales eran sus películas preferidas y que comida odiaba. Bajo personalidades diferentes se había metido en su mundo y había ido conociendo cosas de ella que casi nadie sabía. Empezó a tener miedo de él. Intentó rehuirlo cada vez que pudo. Pero él siempre aparecía en otra forma, en otra persona y al final se rindió ente la evidencia de que siempre estaría ahí.
- ¿Qué haces en mis sueños? - preguntó ella ante la visión de aquel hombrecillo todo vestido de verde que no levantaba dos palmos del suelo y la miraba intensamente. - Éste es el último lugar de tu vida que me quedaba por conocer - contestó mientras le entregaba una flor y desaparecía sonriendo.
Despertó agitada todavía con aquel sueño en su cabeza. La misma voz, la misma sonrisa, los mismos ojos.
Se dio la vuelta tapando su cuerpo desnudo con la sábana que había revuelto mientras dormía, y le miró. ÉL respiraba tranquilamente a su lado.

No hay comentarios: