22 abril 2004

LA CAJA

No sabría explicar la sensación de ahogo que sintió al entrar en la oscura tienda de antigüedades, como tampoco podía explicar el extraño zumbido alrededor de su cabeza.
La campanilla de la puerta seguía con su tlin-tlin que se iba apagando, poco a poco, a medida que Iván se adentraba en el laberinto de muebles viejos, cuadros de añeja pátina, bronces, esculturas y un revoltijo indefinible de pequeños y grandes objetos.
Encendió un cigarro, el fuego de la cerilla produjo extrañas luces que rebotaron de un espejo a otro, de una figurilla de cristal a otra y arrancó intensos destellos de una caja que había sobre una de las sillas, rota y vieja, Luis XVI.
-No deberías fumar aquí dentro, es peligroso- dijo una voz a su espalda, sobresaltándole hasta el punto de tener que ahogar un grito en la garganta. -No deberías asustar así a la gente Sabela- contestó Iván dándose la vuelta para mirar a la muchacha que estaba a su espalda - es peligroso, podría romper algo sin querer o darme un ataque al corazón -. Ella indiferente a sus palabras se acercó para besarle la mejilla, acercándose demasiado a los labios. -Lo tienes merecido, hace un siglo que no vienes por aquí, hace semanas que no tengo noticias tuyas- contestó mientras se daba la vuelta haciéndole una seña con la mano para que la siguiera -Acabo de hacer café- dijo perdiéndose tras una cortina marrón con bordados dorados. Antes de seguirla, Iván echó una mirada a los objetos allí revueltos esperando algún comprador, amontonados unos sobre otros llenándose de polvo poco a poco. Le sorprendió la caja sobre el tapete verde de la silla, con una quietud que parecía humana, llamándole en silencio y esperando una respuesta.
Iván no pudo definir la sensación que tuvo; miedo, estupor y un estremecimiento en todo el cuerpo que literalmente le hizo salir corriendo hacia la habitación que se encontraba tras la cortina marrón.
La luz que entraba por el gran ventanal de la estancia contigua le cegó por un momento, oyó cacharros en la pequeña cocina situada a la derecha. Iba a entrar cuando Sabela salió con dos tazas humeantes de café -solo y sin azúcar- dijo entregándole una -cómo ves no lo olvido- se sentó en un pequeño sofá cercano a la ventana. Dos cosas pensó Iván; lo guapa que estaba con la luz del sol tras ella y lo bien que le iba sentar la taza de café tras la experiencia con la caja. Sabela le observaba por encima de su taza, en silencio, bebiendo poco a poco su tercer café de la mañana. -dime, ¿qué te trae por aquí?, ¿qué excusas tienes después de tanto tiempo?, lo se, lo se, no debería interrogarte, pero desapareciste de la noche a la mañana.- Él se acercó sentándose en el brazo del sillón para observar su nuca, su pelo negro, corto, peinado con un poco de gomina y los dedos.- Tuve que salir fuera, para hacer un trabajo importante, lo siento-. dijo mientras le llegaba el fresco olor a jazmines de la colonia que Sabela utilizaba. Unos agradables recuerdos afloraron en su mente. Un pequeño jardín, una traviesa muchachita vestida con unos raídos vaqueros y una blusa donde comenzaba a despertar el paso del tiempo. Una naricilla respingona, que con el sol de verano se llenaba irremediablemente de pecas fastidiosas, como decía ella. Y en sus juegos y risas, siempre estaba presente aquel olor que la caracterizaba. Los jazmines le hacían rememorar tiempos felices, aun cuando la distancia los separaba aquel olor le recordaba siempre el hogar. Ella se levantó para acercarse a los cristales sacando con sus movimientos a Iván de sus recuerdos. La miro atentamente, observando que su naricilla se había poblado, como siempre de las pecas que tanto la disgustaban. -Estas preciosa, ¿lo sabes?- ¡Preciosa!, no sabes lo que dices, el verano acaba de empezar, mira mi nariz- dijo Sabela dándose la vuelta para que el pudiese verla. -La encuentro tan respingona y altanera como siempre, no se porqué te empeñas en que las pecas te afean, a mi me parece que te dan un carácter muy juvenil- contesto él sin poder contener la risa.
En el interior de la tienda se oyó la campanilla de la puerta, Sabela dejó su taza sobre la mesita junto a la puerta y atravesó la cortina marrón -ponte cómodo, enseguida vuelvo- la oyó decir mientras se alejaba. Iván se sentó en el sillón, el sol le dio de lleno en la cara, se recostó y encendió un cigarro mientras sentía que su mente volvía a perderse en las ensoñaciones del pasado.


No creo que consigas subir hasta lo alto del árbol- chilló el chichillo al ver a su amiga vacilar ante una rama nueva y tierna. -Claro que lo conseguiré, y cuando encuentre el lugar apropiado construiré la casita que tanto hemos deseado.- Como envidiaba a su amiga, que parecía no detenerse ante nada. La semana anterior él había intentado la misma hazaña con el resultado de una escayola en su brazo derecho. Pero era época estival y el tiempo pasaría muy rápido sin que se dieran cuenta.... Ella bajaba del árbol despacio, ya estaban demasiado creciditos para estar escalando continuamente a la casita construida tiempo atrás. Él la esperaba abajo para cogerla en el último salto. Se sentaron a la sombra de las frondosas ramas con algunos tesoros de la infancia que habían bajado.....¡Espero que te sirva el libro que he dejado en tu taquilla- chilló él, intentando hacerse oír por ella en el pasillo lleno de alumnos que se dirigían a clase, mientras se alejaba por las escaleras. Ella asintió con un leve movimiento de cabeza para darle a entender que le había oído. Las compañeras de la muchacha ya tiraban de ella en dirección contraria, llegarían tarde a clase......No entiendo porque te has saltado la clase de historia- le recriminó el muchacho siguiéndola por el parque cercano a la universidad. Ella andaba todo lo deprisa que sus tacones la permitían, no quería discutir con él allí donde todos podían oírles. -No necesitas explicaciones, pero como se que si no te lo cuento, no pararás de incordiarme, te diré que he ido con Quique a dar una vuelta.- Espera, ¿con Enrique dedos largos?, no me lo puedo creer, que tenéis tú y ese imbécil en común.- La palabras del joven la hirieron profundamente- Algo que tu y yo nunca hemos tenido- contestó airada mientras se subía en su coche cerrando la puerta bruscamente. La vio alejarse, a su parecer, a demasiada velocidad. Jamás entenderé a las mujeres se dijo para si mientras encaminaba sus pasos hacia la parada del autobús. Ahora tendría que ir a casa solo. ¡Iván,


Iván despierta!- Sabela le sacudía cada vez mas fuerte. Al calor que irradiaba el sol tras los cristales se había quedado dormido. Los recuerdos, aquellos recuerdos no se podían borrar de su mente, había demasiada historia en ellos. -No se que estarías soñando, pero llevo un rato observándote y has pasado de la felicidad más placentera, al odio más profundo-. No se si te gustaría saberlo-. A Iván nunca le habían agradado las relaciones de Sabela con Enrique dedos largos, claro que nunca le había sentado muy bien que ella acogiera en su corazón a otro y a él le relegara a un segundo puesto, Y aunque nunca se lo había dicho, los celos le habían carcomido por dentro, y había ahogado sus lágrimas cada vez que ella le contaba alguno de sus fracasos amorosos. Sí disimulaba, haciéndose partícipe de su alegría, sonriéndola cuando lo necesitaba y ofreciéndole su hombro cada vez que quería llorar. Mientras él, sin que ella lo supiera, se consumía por dentro.
La miró desde el fondo del sillón alejarse para tirar el café, que se había quedado frío, en la pila de la cocina. Se levantó para seguirla, apoyándose en el marco de la puerta, se puso otro cigarro en la boca, - Te quiero- dijo entre bocanadas de humo blanquecinas cuando el sol las tocaba. Sabela estuvo apunto de tirar la taza al suelo. No sabía si acercarse a el para besarle o abofetearle. -Creo que será mejor que te vayas Iván-. Confundido atravesó la cortina marrón -Volveré- dijo él atravesando la tienda.
La caja seguía sobre la silla, con su conversación muda. Con un brillo efervescente, susurrante, Iván volvió a sentir el frío que le calaba hasta el alma, sus pies parecían congelados. Tenía miedo. Un miedo intenso, oscuro, irreal. La campanilla de la puerta tardo mucho en serenarse, en acallar sus ecos tras la impetuosa salida del joven....
(continuará.... creo)

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