26 junio 2003

SUICIDIO

De repente se dio cuenta que haberse suicidado no había sido una buena idea. No por el hecho de perder la vida en ese mismo instante, mientras agonizaba lentamente. Con un sufrimiento que no esperaba encontrar y que al perder el aire en sus pulmones, le dolió más que el mismo hecho que la había llevado a aquel acto de cobardía. Oía mientras perdía la consciencia, como su corazón y sus pulmones impulsados mecánicamente por las órdenes de un cerebro casi encharcado seguían respirado unos y latiendo el otro; funcionando. Aquel sonido que emitían resonaba en sus oídos que esperaban no encontrar, no escuchar nada más que un silencio eterno. Pero parecía que la agonía no la iba a abandonar con tanta facilidad como había previsto y el dolor era más innecesario de lo admitido. Su cerebro pensaba, pero ella quería olvidar. Olvidarlo todo.
Lo que más sentía, en esa parte consciente que se iba debilitando, era que había dejado la ropa sin lavar, la cama sin hacer y los platos en el fregadero. Un libro sin terminar, una maqueta, de un hermoso velero, a medias y un cuadro inacabado. Había dejado demasiadas cosas pendientes que nadie concluiría y se perderían en el tiempo.
Pero sí había pensado en una cosa, aunque inconscientemente, no quería que la visión de la sangre derramada por el piso asustara a quien la encontrara y la dejara permanecer allí más tiempo del necesario. Se metió en la bañera, aunque luego el pudor de que la encontraran sin vida y desnuda la obligó a ponerse un minúsculo camisón de seda. Llenó la bañera con agua caliente hasta cubrir todo su cuerpo y aunque pensó dejarse sumergir, dejar de respirar mientras cerraba los ojos y se dejaba llevar por la oscuridad más allá de sus pupilas, los pulmones alertaron de la necesidad de aire antes de lo previsto. Lo había calculado, sabía que ellos se rebelarían ante su decisión. La cuchilla brillaba en el borde de la bañera, la luz de una vela encendida se reflejaba en ella de forma intermitente, alargada, deforme. El Cannon de Pachelbel volvió a empezar de nuevo, se repetiría una y otra vez. Hasta que alguien lo apagara, hasta que la luz se fuera, hasta que el Cd se agotara de tanto escucharse. No deseaba oír otra cosa mientras se marchaba. Fue rápida, en ese acto, más de lo que esperaba. No vaciló, los cortes en sus muñecas fueron concisos, profundos, acertados. Sumergió las manos dentro del agua, que fue tiñéndose de rojo. Un rojo transparente que coloreó el agua, su piel, su mundo, sus lágrimas. Se relajó durante un momento, luego comenzó a sufrir mientras se apagaba, mientras quería apagarse y sus demás órganos luchaban para vivir. Ella no se resistió; ellos agotados dejarían de intentarlo. Era una lucha perdida en el tiempo.
La encontraron días después en una bañera vacía, fría, seca, como dormida. La cuchilla limpia y brillante colocada junto a la esponja y el tapón enredado entre los dedos de sus pies. La vida se le había ido por el desagüe. Alguien se llevó la ropa, lavó los platos, hizo la cama, y colocó el libro en la estantería. El cuadro se quedó en el caballete. El velero no navegaría en ningún lago y el Cannon de Pachelbel dejó de sonar para siempre.


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