08 mayo 2007

Análisis de sangre...

Arañaba la ventana y el sonido se magnificaba en la enorme estancia repleta de libros vetustos. Echo otro tronco al fuego, primero para evitar el frío que parecía colarse por cada rendija de las paredes y segundo porque con el crepitar de las llamas, mientras devoraban la madera, esperaba poder acallar las uñas que se deslizaban desde el exterior sobre el cristal intentando llamar su atención. Se hundió más en el sofá intentando mimetizarse en el verde jaspeado, queriendo desaparecer, ser en ese mismo momento como el humo que se desbordaba por la chimenea hacia el exterior. Pero no podía moverse y respiraba casi imperceptiblemente, intentaba no desbocarse, que su corazón no saltara en el pecho, que no latiera más de lo debido, que él no la oyera.

Él sabía que ella estaba allí, podía olfatearla aun con los olores de los libros, los tapices, la madera pulida, el carbón en el hogar. Le llegaba el dulzón aroma de su sangre palpitando débilmente y sentía la adrenalina, generada por el pavor, que navegaba en rojo electrizante por sus venas. Le tenía miedo y eso excitaba sus ansias de poseerla. Había esperado el momento preciso, había acechado durante semanas para aprenderse sus pasos y en la sombra había seguido su rutina diaria que le asqueaba. Pensó dejarla, olvidarse de ella y buscar otra presa. Para él no sería difícil y si no conseguía la conquista necesaria, que a él le atraía como un juego, en cuyo final siempre salía ganador; acabaría como antaño, sin ni siquiera pedir permiso. Pero sucumbió a su esencia, a aquella piel blanca donde las venas eras casi autopistas que le invitaban a sobrepasar la velocidad permitida. La había asaltado una madrugada de verano porque no podía esperar más. Esperarla le hacía daño, lo volvía loco. Sintió su miedo latir, su corazón bombear, sus venas palpitar y aunque intentó mitigarlos sus colmillos brillaron a la luz de las ventanas insomnes, cuando ella se convirtió a sus ojos en una forma embriagadora, un sabroso manjar. El mejor de los placeres. Pero dejó escapar el momento cuando vio que sus ojos casi se habían convertido en piedra por el terror. No, así no la quería, no de aquella manera, no en aquel lugar. Ella era especial y él quería hacerla especial.

Otoño fue una estación aburrida, con el crepitar de las hojas y los vientos susurrantes. Él vagaba de sombra en sombra. A veces se cruzaba con ella en los atardeceres y la miraba todavía con el deseo ardiendo en sus ojos. Se contentó con todo aquello hasta que le invierno cubrió las plantaciones y su pequeño aprovisionamiento de animales se vio reducido. Era hora de buscarla. Hora de acabar. Hora de que fuera suya, de alimentarse de ella y que fuera para él: para siempre.

Sabía que él no se iría, llevaba demasiado tiempo acechándola como para dejarlo correr ahora todo. La deseaba, lo había visto en sus ojos una y mil veces. Todas aquellas en las que se habían cruzado. En las que ella quería volver la cara e ignorarle pero no podía y acababa mirándolo, a veces incluso le había sonreído para acto seguido arrepentirse. No quería hacerse ilusiones. Tampoco quería que él se las hiciera. Lo suyo era claramente algo imposible. Uno de los dos terminaría por sufrir y ella era débil aunque intentara parecer fuerte y sucumbía fácilmente a los placeres y los halagos. En alguna ocasión, cuando sabía que él la seguía silenciosamente oculto en las sombras de las calles o suspendido sobre los tejados, había estado tentada de hacerle frente. De que todo concluyera de una vez. Pero tenía miedo. Miedo de dejarse llevar más allá de su contención, de todo aquello que había constituido para ella el bien durante tantas eternidades.


Sentada en el sofá de grandes orejas, su fino oído escuchó sus casi imperceptibles pisadas en la nieve helada. Crujidos que se acercaban. Intentó controlarse. Pero en su interior una llama se había encendido, él la había encendido después de tanto tiempo. Dejó su mente abierta sabiendo que él la llamaría, que sus uñas rechinando romperían todas sus corazas. Así fue. Él lo sintió. Sintió romperse el blindaje, el muro que ella había levantado en torno a su persona. Ella apareció en su mente, latente, deseosa sin que tuviera casi que hacer esfuerzo para doblegar su voluntad. Se movió del sofá, como flotando, en un estado de trance desconocido y que por un momento lo sobresalto, como aquella vez en que vio en el callejón sus ojos hacerse de piedra. Su mano nívea descorrió el cerrojo para que el pudiera entrar. No necesitaron palabras. Los ojos de ella le invitaron a entrar en sus dominios. Igual que se había acercado, sin apenas moverse, se alejó hacia el fuego. Allí se quedó, al calor; esperándole. La miró. Parecía casi transparente. Casi cristalina y vibrante. Su sangre bajo la piel brillaba a sus ojos y corría por su interior desbocada.
Se acercó abrazándola por detrás, estaba fría a pesar de la lumbre, demasiado fría. Rozó con sus labios el cuello lechoso, beso su vena palpitante. Ella se estremeció. Se giró para verlo de frente, para ver a través de sus ojos. Él también palpitaba, su última cena todavía lo mantenía caliente, vigoroso. Acarició su cuello con dedos perezosos. Lo miró de nuevo, besándolo, saboreando el resto de sangre que aún quedaba en sus labios. Aquello sacudió su interior, activó a la bestia que guardaba en lo más profundo y antes de que él pudiera siquiera gemir, los afilados dientes de ella brillaron anaranjados a la luz del fuego mientras veloces como un rayo se clavaban en el cuello marmóreo de él. Se llevó su no alma, su sangre robada, su no vida; mientras el cuerpo se deshacía en polvo milenario.


El animal dormido durante lustros se aplacó. Dormiría otros mil años. Hasta que apareciera otro como él a buscarla.

4 comentarios:

Vulcano Lover dijo...

Respirar ese viejo olor conocido, y despertar la bestia sin remedio... ¿¿Existirán blindajes para evitar el canibalismo emocional???

UN BESO GRANDE, GUAPA

luigi dijo...

Mil años hasta que aparezca otro como él a buscarla son demasiados años. Aunque dicen que no hay mal que cien años dure.
Me ha encantao. Sorprendente. Expectante.
1 beso fuerte! ;)

Martini dijo...

Un poco largo para la hora que es (que me voy a trabajar....)
Esta noche termino de leer, me está gustando (y dando miedo)

NaT dijo...

Existirán blindajes en general Vulcano? Para evitar que nos hagan daño, que nos hagamos daño, que hagamos daño a los demás...
Espero noticias tuyas.
Besos!

Para la eternidad 100 años no son nada, claro que hay otras maneras de alimentarse ¿no crees Luigi? y no es a base de cerveza :P
¿Como sigue eso del rasurado?
Besitos guapiiiiisisisisisimo
(sin barba claro)

Miedo los vampiros Mart-ini? que va hombre, ella es buena... una santa, ya sabes.
Me alegro de que te guste, y ¿como vas a leer con lo liado que andas?
Besicos