12 febrero 2007

Han sonado clarines...

... entre la niebla, esa que lleva arrastrando la pena de nuestras almas por los adoquines mojados de un mundo que parece no cabernos en los pies. Oigo el sonido, pero mis ojos sólo ven la blancura de un velo existente parecido al que recubre, en ocasiones, tus labios que apenas recuerdo y corta tus palabras con frío aliento, por ser últimamente más de hiel que de caramelo.

Me habría negado a escuchar si no fuera porque una caricia quedó latente en ese espacio que compartimos en unos breves segundos y me hundí lentamente en tus ojos para ver que más allá de esas nubes que flotan sobre nosotros, existe un sol, un calor, ese rayito de esperanza que se necesita para que todo vuelva a su cauce, ese que he perdido al verte convertido en arroyo y arrasado por un torrente incontenible al que no paró dique alguno.
En ese tiempo de palabras interrumpidas, ahogadas por los ruidos del teléfono, tu destino me sonó hueco y las excusas vanas… y ese nombre que no quise escuchar, que nunca brotó de tus labios, que siempre callaste, aún yo sabiendo que existía, terminó abriendo otra brecha; aunque la realidad cuando esta lejos deja de ser realidad, ella estaba ahí, latiendo, interfiriendo que tus miradas fueran mías, que nuestras palabras fueran las mismas. Nadie puede hacer nada, porque el destino ya ocupó su lugar y definió las baldosas que habían de ser pisadas, las sonrisas lanzadas y el beso aquel que fue robado. Ese que terminó quedándose yerto cuando el teléfono quedó mudo arrastrado las voces de un nombre que no era el mío.

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