Las fiestas de primavera y ellos...

Ayer a partir de dejar atrás la puerta de la oficina el día se convirtió en algo inusual. Camino de casa en el bus pensé que tenía aún tiempo, hasta las diez y media pasadas (o más) que había quedado, para ir a ver la extraña numerología puesta en el Paseo de Recoletos. Vista de lejos me intrigó ¿Qué era aquello? Vista de cerca ¿Era una cuenta atrás de algo desconocido? ¿Se acabaría al mundo al llegar al final de los números? ¿O te darían un premio de consolación por haber sobrevivido?

Estuve haciendo fotos y luego me encontré en pleno bullicio de una manifestación profesoril. Camino de casa un mensaje de cambio de hora para quedar, un poco antes. No llego, no llegaré a tiempo así que me lo tomé con calma. Aún así, como siempre, me tocó esperar; aunque no mucho. Luego dicen que las mujeres tardamos, que los minutos se nos convierten en horas… Ese no es mi caso. Sin comer y con el estómago rugiendo como león hambriento nos fuimos a la fiesta. Al principio poca gente, la música demasiado alta y una que se hace mayor ya, pues tiene esa sordera incipiente, se enteró de la mitad de las conversaciones. La verdad es que hubo un momento, mientras paseaba por un Madrid colapsado, que decidí que no quería salir, que no quería ir a la fiesta, que lo único que me apetecía era quedarme en casa y ver la noche pasar a través de la ventana. Es cierto que muchas veces la música cambia nuestros estados de ánimo y estos días a pesar de que me parece preciosa la B.S.O. del mercader de Venecia (gracias niño!!! por conseguírmela), oírla me pone triste; demasiado. Será que algo interno no va bien, se anega y seguramente un día de estos escape por alguna fuga invisible a mi razón.

Ya dentro del Palacio reformado de los Deportes, hicimos cola para tatuarnos, hicimos cola para hacernos unas camisetas (que no pudimos pues se habían acabado ¿cómo a una marca de ropa se le pueden acabar las camisetas?) hicimos cola para hacernos unas chapas. Y es que cuando hay algo gratis la gente se apunta, hacen cola durante horas aunque sea para conseguir un libro que no se van a leer o un bote de Coca-Cola cuando lo que les gusta es la Pepsi. Se nos debieron colar unas 5 personas al hacernos las chapas, hasta ¡¡¡me copiaron el diseño!!! Y ya cuando casi llegábamos dijo la chica que no hacía más, aunque al final se portó y nos hizo 2 chapas a cada uno. La mía tuve que modificarla porque iba a perder, por tamaño, un anexo que le había implantado. Después de haberse colado, un tío va y me roba mi chapa, (hecha con tanto esmero y cariño) se lo digo y me mira como si la cosa no fuera con él ¡¡¡el colmo!!! Así que le dije –mira, quédatela y regálasela a tu novia- (léase con sarcasmo). Creo que me encendí cuando le vi largarse con mi chapa y descojonándose; como dando a entender que le había salido bien la jugada, que no importaba que yo me quedara con una única chapa como la de todos los demás y no una personalizada. Así que sin pensarlo lo busqué con la mirada, andaba en la barra con su chica, con MI chapa en la mano, me acerqué y se la arrebaté –he decidido que no te la doy- y me largué sin mirarlo siquiera. ¡¡¡Diox!!! Yo haciendo eso, quien me conozca estará pensando que esa no soy yo (y que conste que ere arrebato no fue culpa de la cerveza que me tomé), que es imposible que yo haga esas cosas. Yo!!! que no me atrevo ni a pedir la hora por la calle. Pues sí, que yo soy tímida hasta que me tocan los cojones y ese tío me los tocó y bien. Cómo debía de ser el tono de mi voz que vino a pedirme perdón y encima el caradura me dice que –oye, que las dos tiras de tela se las he puesto yo…- ¡¡¡pero… tendrá morro!!! Claro que se las puso él, una para tapar la imperfección de mi obra; que al cortarla se me fue la mano y la otra… pues para que fuera simétrica la chapa, que manera de estropearla. A pesar de eso y de no tocarme el viaje a Londres que se sorteaba, aún habiendo encontrado un chico a última hora que su tarjeta encajara en la mia, lo pasé estupendamente. Con buena compañía siempre se esta bien.

Tomamos una copa en otro local, y cuando bajábamos por la calle de repente veo a través de una puerta una vaca plateada casi de tamaño natural. Pensaba que era una galería de arte o algo así y resultó ser un hotel, la chica nos abrió la puerta a las tres de la mañana. Creo que alucinó cuando le dije que sólo quería ver la vaca (segunda cosa de la noche que jamás se me hubiera ocurrido hacer, pero una vaca es una vaca) así que allí andaba yo, flipando con la vaca plateada, haciéndome fotos. Al menos la chica ya tiene una anécdota que contar a sus amigos/compañeros – ayer tres locos pasaron por aquí a las 3 de la mañana para fotografiarse con la vaca- ¿La creerán? Jajajajaja. Cruzamos por la plaza de Colón, tan chiquito al lado de la bandera más grande del mundo que a J le dio hasta vértigo. Más fotos. Como colofón de la noche; vuelta a donde empezó mi tarde. A la misma numeración, pero esta vez con la calle vacía. La misma cuenta atrás que no sé que significa. ¿Qué esto se acaba? ¿Qué hemos llegado a un punto en que las cosas ya no avanzarán más? ¿Qué un cohete nos espera al final para arrastrarnos hacía un universo paralelo? ¿Qué ya dimos todo lo que teníamos que dar?

Espero que no, porque aún confío en pasar muchas más noches como esta, tan divertidas y tan bien acompañada.

PD. Quería poner la foto de los 3 ángeles de Charlie, pero…. No sé si Jgts me dejará.
Manda güevos que tenga que pedir permiso para poner fotos en mi propio blog. Si puedo la subo y si no… pues también.