13 enero 2006

Se mentían y ambos lo sabían. Ella le daba la espalda, mirando a través de la ventana como la niebla se acercaba desde el lago, allí se estancaría, igual que lo estaban ellos. Él miraba su espalda, aquella que había acariciado durante horas, observaba aquel cuerpo que tantas veces había amado y sentido vibrar bajo sus manos y junto a su piel. Sintió una ligera punzada de desengaño que no sabía donde ubicar; si en la cabeza o en el corazón. Hacía ya tiempo que no se miraban directamente a los ojos; sus miradas contaban baldosas o contaban nubes. Las pasiones anteriormente desatadas cual presa que se desborda terminaron convirtiéndose en un río en sequía del que manaba, ahora, un minúsculo hilo plateado en un afán de que la corriente no se perdiera y volviera a su cauce. Pero el jardín se había secado. Algunas florecillas seguían asomando tímidas entre los escollos de su vida. Eran esas las que se resistían a arrancar por que quizá fueran las sobrevivientes de un desastre que estaba destinado a eclosionar de un momento a otro. Sí, algo los unía, pero no era la fogosidad de antaño, esa se había perdido para ella en carreteras secundarias, en manos de amantes escogidos al azar, que la hacían olvidar que a veces estaban juntos pero indiferentes. Para él se habían ahogado cuando en su mente botó una chalupa de indecisiones e ilusiones confusamente entrelazadas hacia donde se ponía el sol.
-Creo que deberíamos salir antes de que sea más tarde y la humedad sea mayor- le dijo dándose la vuelta inesperadamente y mirándole directamente a los ojos.
Él se sorprendió, hacía tanto, que se había olvidado de que color eran. Regresó esa aflicción por dentro. Había besado sus ojos, los había visto derramar lágrimas de alegría y confusión, durante un tiempo habían contemplado la vida de la misma manera y ahora eran tan sombríos como la tarde tras el cristal.
Se levantó despacio y tomo entre sus manos la pala que quejumbrosa esperaba en la puerta. No había vuelta atrás, la decisión estaba tomada de antemano. Era imposible continuar con la farsa de una pasión marchitada, un entusiasmo perdido y una ternura que sólo quedaba en el recuerdo. El amor ya no existía. El amor había muerto. Era hora de enterrarlo y comenzar de nuevo; no aferrarse el uno al otro dándose caricias sin significado y besos que dejaban un sentimiento de culpabilidad por haber querido besas otros en vez de esos.

Se alejaron de la mano con los dedos entrelazados en un cariñoso apretón; porque el cariño a pesar de todo siempre existiría, hasta que la carretera se bifurcó. Allí ella decidía su propio destino. Allí él buscaría su propia felicidad.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es precioso, como recopilar todo lo que es tan difícil de decir en las palabras justas. Así no serás nunca mala...

Lucecilla dijo...

Que historia tan bonita! Es increíble como los pequeños detalles son siempre los que más cuentan

luigi dijo...

Pero que bonito. Que cierto. Y añado que cuantas veces la bifurcación esta al principio del camino, tras el primer giro...

NaT dijo...

¿Te gustó Terapeuta? ¿Lo aplicarás al camino de tu vida?..
qué preguntas más tontas hago, jajajaja, ya sé que no lo harás
Soy buena y lo sabes,quisiera ser peor, pero contigo no puedo
MUACKS!!!!!

Pues si LuCeZiLLa, los detalle importantes siempre son los más pequeños, un gesto, una mirada, una risa cómplice... si eso deja de existir, si ya no hay emoción en ciertos momentos, el resto creo que muere sin remedio y muchas veces nos empeñamos en eso y sólo rematamos en vez de revivir.
Un beso.

Que emoción que te haya gustado Luigi, siempre soy yo la que tiembla con tus palabras y me estremezco cuando las leo, me llenan de sentimientos, así que es un honor que te hayan conmovido las mias.
Un besote grande mi andalus preferío