31 octubre 2005

OSCURIDAD...

Para celebrar el días de difuntos, he recuperado un antiguo relato escrito el año pasado por petición de Jgts para su webcindario. Algunos ya la habéis leido, pero hoy al leerla me ha gustado lo mismo que cuando la escribí, así que ahí la dejo. ¡¡qué la disfrutéis!!

Caminaba a tientas, golpeando las paredes que lo rodeaban. Sonidos a veces huecos y a veces sordos le llegaba a través de ellas. Llevaba horas deambulando sin rumbo, sin encontrar una salida en aquel laberinto de pasillos de algún lugar. Seguía sin comprender como había llegado hasta allí, quién lo había llevado y porqué. Sólo sabía, sentía, que tenía los ojos abiertos. Notaba las pestañas moverse, los párpados bajar y subir, pero su visión era la nada. No una nada blanca, o una visión translúcida como cuando lloraba o borrosa como cuando se quitaba las gafas cansado de mirar a un punto concreto. Era oscuridad, una negrura absoluta. Cuando sintió que despertaba, que sus ojos no estaban cerrados, que era consciente de estar allí tumbado; fuera donde fuera colocó una mano delante de él, pero no vio nada. Se palpó la cara con esa mano inexistente para él y comprobó que todos sus sentidos estaban allí. Oía, respiraba, abría la boca y tocaba lo que lo rodeaba; sólo que no veía. Se levantó y alargó la mano tanteando, buscando algo que lo situara. Era una pequeña habitación, sin ventanas; con una cama, una mesa y una puerta. Carecía de toda decoración, de todo objeto personal. No era su casa. Juan no sabía donde se hallaba. Su mano ciega como él abrió la puerta. En un acto reflejo se protegió los ojos por si una claridad exterior lo golpeaba. Pero no sintió nada. Ni luz, ni sonido, ni olor alguno.
Avanzó un paso, cauteloso y encontró suelo firme bajo el. No flotaba, todo estaba bien, o eso creía. Tenía una pared en la que apoyarse, un piso que lo sujetaba y unas manos que lo guiarían allí donde alguien le dijera dónde estaba. Los dedos de su mano recorrían una pared lisa y fría, mientras la otra iba un paso por delante para frenar cualquier imprevisto que a él su vista le negaba. Los pies casi se mantenían juntos, avanzaban a pasitos cortos, con miedo a despegarse el uno del otro. Se había dado cuenta, ya que no los veía, que estaban descalzos. No encontró zapato alguno que ponerse. Así que los protegía con pasos prudentes. Su mano medía la pared, era su único punto de referencia y se aferraba a él pegando la palma, arrastrándola casi, hasta que de repente encontró un vacío inesperado. Trastabilló desconcertado pero no cayó. La angustia del momento pasó al darse cuenta que sólo había llegado a una esquina.
La pared torcía hacia su derecha, con su mano izquierda no alcanzaba a distinguir si el pasillo continuaba en la otra dirección o si también se abría al frente. Decidió que lo guiara su mano lazarillo y emprendió ruta hacia donde ella le indicara. Así había sido durante largo tiempo. Ahora estaba cansado, con la impresión de no llegar a ningún sitio concreto y esa sensación de haber dado palos de ciego durante horas y horas. Juan se rió del sarcasmo de su propio pensamiento y la voz reboto por el pasillo, en el que se había parado exhausto, alejándose hacia el frente donde parecían existir unas tinieblas continuas, para volver a golpearle al cabo de un rato por detrás. Aquello parecía un círculo cerrado y él un conejillo de laboratorio con el que experimentaban. La vuelta a lo que el supuso era la habitación de donde salió le confirmó ese hecho y el círculo era enorme si calculaba lo que había tardado en girarlo completo. En aquella pared no había más que esa puerta y un muro frío que le había dejado la mano helada. Era hora de que su mano izquierda e invisible le guiara por otro camino. Tenía un temor incierto a despojarse de la pared que ya parecía parte de él, de perderse en la ambigüedad del hermetismo de su mirada cegada. Como un sonámbulo antepuso sus brazos, exponiéndolos a peligros impalpables. Los agitó a la vez, como para asustar a lo que allí hubiera. Los dedos golpearon antes que la palma con otro muro igual de glacial. Ahora era el tiempo de su mano izquierda.
Ella guiaba como lo había hecho la derecha. Midiendo el espacio, calculando el tiempo, serena pero alerta. Fue ella al cabo de un tiempo impreciso quien encontró una falla en la pared, un tabique, una madera suave y cálida. Fue su cerebro, debilitado de la tensión acumulada durante tantos minutos intentando encontrar un solo resquicio de luminosidad que mandar a los ojos, quien gritó ¡¡una puerta, una salida, alguien!! Pero la estancia estaba vacía. Sólo eran cuatro muros desconchados. Salió de nuevo al pasillo dejando la puerta abierta como reseña de su visita fantasma y siguió avanzando, siempre detrás de su mano. Más allá giró de nuevo y una corriente fría lo envolvió. Tembló. Y fue consciente en aquel momento que estaba desnudo. En su preocupación por no ver, por encontrar una salida, por no perder el tacto que sus manos le ofrecían; no se había percatado del detalle de no llevar ropa. El pudor llevó el rubor a sus mejillas. Aquello era irónico. Se encontraba no sabía donde, e iba hacia no sabía qué, ciego, descalzo y desnudo. Volvió a reír y esta vez el eco no le devolvió la carcajada. Juan vio una posibilidad y también vislumbró un problema. O aquel pasillo nuevo era tan largo como para no devolverle la voz o terminaba en algún punto inconcreto. Se armó del poco valor que le quedaba; se había ido evaporando a cada paso de sus pies desollados, y emprendió el camino de nuevo. Aquella actual pared era más rugosa y al tacto parecía más candente, a veces le dio la impresión de que latía bajo sus dedos.
Encontró más puertas, pero su interior estaba tan vacío como lo estaban sus ojos. Nada le indicaba que allí existiera nadie a parte de él. Cada cien pasos gritaba ¡¡hola!! Y la respuesta seguía siendo muda. Empezaba a desesperarse y abatirse. Notaba los pies calientes y pringosos. La mano llena de ampollas a medida que caminaba apoyado en ella, la pared se había vuelto más ardiente. Cuando el calor sobre su palma se hacía insoportable la separaba; sólo un instante, se sentía desprotegido y vulnerable sin su tacto. Se sentía agotado, sudoroso, sediento. Había perdido la noción del tiempo. Nada podía indicarle si era mañana, tarde o noche. No había escuchado un sólo sonido durante todo ese tiempo. Sólo el roce de sus pies sobre el suelo, su mano sobre la pared y su propia respiración le acompañaban. Su corazón, seguía bombeando lentamente, a veces subía hasta sus sienes como para despertarlo de la fatiga que le producía la desorientación y la ceguera que fulminaban su ánimo. Otras recurría a juegos más perversos latiendo en sus pies despellejados y su mano quemada. El futuro se le hizo tan incierto como sombría seguía siendo su mirada. El eterno pasillo giraba y giraba una y otra vez, Juan ya caminaba como un autómata, había dejado de ser consciente de su propio cuerpo, de sus propias necesidades, de su propia alma.
La eternidad se le hizo opaca y su recuerdo sólo fue un reguero de sangre que dejaron sus pies mutilados sobre un suelo abandonado; en algún lugar, en alguna parte.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Joish! q estoy solito aqui!!! Al final m asusto y todo!!!:P X cierto...soy un lloron, xo q pasa!!! yo no os doy curiosidad o queee!!!:P hjajaja, ays q a mi no qereis conocerme con lo q os qiero yo!:P Abrazos!

Lucecilla dijo...

Que escalofríos! Me ha encantado la historia

Anónimo dijo...

Jooo, que mal que al final no encontrase la luz. Me ha dado un poco de mal rollo :(.
Un saludo!

Anónimo dijo...

Por fin he podido leerlo con calma!
Mmm, me ha gustado, sobre todo el final.
Parece que no soy el único al que le gusta lo siniestro y misterioso ;)

Anónimo dijo...

Pos a mi no...muy bien narrado, eso si. Pero me ha dado muy mal rollo eso de la sangre en los pies...y que encima no vea la luz.
Haysss...
Que mar cuerpo!!
Un saludo!!

NaT dijo...

Pero que sensibleros andáis!!! Si es sólo fantasía… ( o quizá no)

ENEKO tú no estarás nunca solo y lo sabes ¿curiosidad? ¡¡Mucha mucha!! con lo que nosotros te queremos a ti, parece mentira que digas eso. Ya te dejé mensajes por ahí así que no me repito.

Mientras me guardes alguno MIRADOR, a Eneko le puedes dar todos los besos que creas conveniente y que él acepte. No, si al final acabaré celosa y todo, JAJAJAJA. Pues no estaría mal lo de organizar un finde en Bilbao...

LuCeziLLa, cuánto de bueno por aquí, me alegro de que te haya gustado, seguro que a ti no te ha dado miedo, lo que hubiera dado Juan es ese momento por tenerte cerca, una sola lucecilla le hubiera bastado para, quizá, sobrevivir.

Ya sé que estás vivo JUAN y ahora después de leer esto seguro que sigues con miedo, jejeje, lo del nombre del protagonista es mera coincidencia, no pienses nada más.

Pues no NORTESTHARJ, no debes ser el único… ya ves… me apasiona el terror, lo siniestro, las voces en la noche, el misterio que encierra el efecto de la luna en las mareas y los hombres lobo :P feliz me hace que te haya gustado y verte por aquí. ¿tus fotos para cuando? ;)

Después de andar horas y horas perdido CRIS, es normal que le sangraran los pies, que desfalleciera, que muriera, quizá si hubiera visto la luz, hubiera encontrado la salida. Tú no puedes tener mal cuerpo bonita!!!!

NO HAY PEOR CIEGO QUE EL QUE NO QUIERE VER
Epitafio de la lápida de Juan. Pobrecillo.
Los 13 relatos escritos en su día, hacían referencia a los miedos de mis amigos, el miedo de cada uno…
Yo sólo les ha dado forma.
¿Te atreves a contarme cuál es tu miedo?

BESOS para todos y para todas. A Eneko unos poquitos más, para que no le falten.

Anónimo dijo...

Así, a lo profundo, tengo miedo de no estar rodeada de gente que me quiera (Que me quiera en mayusuclas).
A lo materialista, tengo miedo de...sabes que? Voy a hacer un post. Te lo lees ahí que me he inspirado.
Un beso