23 junio 2005

AQUELLO ERA SU VIDA....

... Había veces que quería gritar, abandonarlo todo, meter sus cosas en una maleta y dejarla en la puerta para poder recogerla si decidía huir de verdad. Pero ese momento no llegaba nunca. Siempre había algún imprevisto, alguna obligación que no podía esperar, retrasaba un día más el desenlace que durante tanto tiempo iba abriéndose un hueco en su cabeza. La casa se le caía encima, demasiados objetos, demasiados recuerdos, multitud de cosas innecesarias acumuladas a lo largo de los años. Conchas recogidas en playas exóticas cuando aún eran capaces de cogerse las manos. Fotos de sitios recónditos e inexplorados en los cuales las sonrisas seguían siendo francas. Cuadros que habían pintado, mano a mano en un divertido juego de cuerpos desnudos, y que nadie entendía; sólo ellos en la complicidad del momento, cuando aún estaban solos. Cartas de amor que amarilleaban en cajones bajo llave. Recuerdos. Recuerdos de una juventud que habían dejado atrás se mezclaban ahora con juguetes de plástico desperdigados por toda la casa, ropa de niños en cada rincón, deberes, comidas, lloros, biberones, bicicletas, aquel inconfundible aroma de toallitas para bebés mezclado con las papillas de frutas. El acuario que se exhibía como un ser muerto en medio del salón. Los pelos del perro que tapizaban los sofás, los arañazos del gato en casi todas las puertas, la jaula del canario siempre movida de un lado a otro porque molestaba. La piscina, ahora convertida en un mar de hojas muertas que se pudrían poco a poco y en unos días habría que revivir. En la cocina los cacharros resecos del desayuno se amontonaban en el fregadero. Había que ir a la compra; la nevera estaba casi vacía:
Chuletas
Zanahorias
Mantequilla
Leche
Detergente
Pañales
Hamburguesas
Regalo cumpleaños Enriquito
Arroz
Comida para el gato…

La lavadora llevaba dos días estropeada, uno de los pequeños había metido una pieza del juego de construcción en el tambor, lo que provocó unos extraños ruidos seguidos de la mudez del electrodoméstico tras un chisporroteo y una lluvia de chispas. Tuvo que llevar la ropa goteando, dejando un rastro de espuma por el pasillo, hasta el cuarto de baño pequeño donde la arrojó a la bañera. Allí seguía, no había tenido tiempo de recogerla, acartonada dentro de un cuarto humedecido. La madera del suelo estaba blanquecina allí donde el jabón había dejado su rastro, como si fueran las migas de pan que Pulgarcito dejara para regresar a casa. Habría que barnizar toda esa parte. Sonó el teléfono. Rebuscó entre los cojines amontonados en el salón. Nadie en aquella casa dejaba las cosas en su sitio. Siempre estaba ella allí para poner todo en orden. Cuando al fin logró dar con el aparato, éste estaba mudo sobre la mesa del porche que daba al jardín. Se sentó, agotada de repasar mentalmente todo lo que tenía que hacer antes de que su marido y los niños volvieran. Apenas le quedaban dos horas. Le dolía la espalda de estar todo el día en la oficina delante del ordenador, cansados los ojos de los continuos pantallazos. El estómago revuelto del café de la máquina. Con un ligero dolor de cabeza debido al aire acondicionado. Posó los pies, hinchados por tener que llevar tacones al trabajo, sobre la barandilla del porche y suspiró. El jardín no le ofrecía mejor aspecto que la casa. El cajón de arena de los niños estaba desparramado por doquier, los cubos y palas desperdigados y olvidados entre los rosales yertos. El perro había vuelto a hacer sus necesidades junto a la valla de separación con los vecinos. Ella era la única que lo sacaba a las siete de la mañana a dar un paseo por el parque cercano, pero aquel día no había podido, tenía una reunión a primera hora. Cerró los ojos y se dejó mecer durante un momento en la brisa que le traía el olor del mar. Volvió a la juventud, a cuando disfrutaban de las playas nudistas, sin ningún tipo de ataduras. Cuando recorrían los caminos sin que los minutos los frenasen; parando allí donde les apetecía, durmiendo bajo las estrellas o dentro del coche. Se transportó a aquella vieja caravana junto al acantilado donde vivieron los primeros años. Él trabajando de jardinero las horas libres que los estudios le dejaban. Ella cuidando a una señora mayor por las mañanas, y tras sus clases, ayudando con los deberes a dos niños que pronto pasarían a una difícil adolescencia. Habían sido unos años felices. Unos años de compartir los sueños abrazados. De mirarse y entenderse sin tener que abrir la boca. Días en que no faltaba un beso o dos y las risas siempre flotaban juntos a ellos. Luego había venido un buen trabajo de 8 a 4. Un pequeño y acogedor ático. Viajes. Tiempo libre. Complicidad creada en la estabilidad. Luego los gemelos, las noches de insomnio, el acuario, lavar, planchar, cocinar, el ático ordenado y limpio, las ojeras, la irritabilidad, un piso más grande, un mejor sueldo, más horas de trabajo, más responsabilidades, lavar, planchar, cocinar, el piso ordenado y limpio, una niñera, la guardería, vuelos entre semana, Marina nació, depresión, agotamiento, el canario, carreras por la casa, lloros, riñas infantiles, lavar, planchar, cocinar, la casa ordenada y limpia, las horas se les fueron espaciando, las bocas se hicieron mudas y los besos secos, el chalet, colegio, el perro, guardería, atascos, noches en vela trabajando, la piscina, bicicletas, trabajo de 9-17, lavar, planchar, cocinar, el chalet ordenado y limpio, el jardín, nace Enrique, pañales, la suegra en casa, silencios contenidos, buenas caras ocultando las malas, ligadura de trompas, sobreprotección, el cajón de arena, los columpios, compras en el supermercado, él continuos viajes de negocios, días de ausencia, sarampión, lavar, planchar, el chalet ordenado y limpio, un buenos días y un buenas noches, la cama como partida por la mitad, la oscuridad sin juegos, muerte, colegios, guardería, niñera, ocupaciones extra escolares, música, ruido, peleas, el gato, vida social apartada, deberes escolares, apendicitis, silencios, sueños de espalda contra espalda…
Un trueno retumbó en el cielo. No le daría tiempo: lavar, planchar, cocinar, el chalet ordenado y limpio, sólo tenía una hora.
Se desperezó, sus huesos crujieron protestones ante lo que se avecinaba. Se duchó, se puso ropa limpia, dejando la sucia tirada sobre la cama. Se calzó unas cómodas playeras, había empezado a llover, las gotas se colaban por las ventanas abiertas dejando su huella en la maldita moqueta. Dejó las llaves de casa sobre el aparador del recibidor, allí donde las cartas de él se habían acumulando porque ella no las había llevado al despacho. Abrió la puerta y salió a la calle desierta y húmeda. No volvió la vista atrás….
... PERO ELLA NO QUERÍA QUE SU VIDA FUERA ESO.

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