
... por desgracia, sabía que no se equivocaba: sabía que aquella felicidad tenía que terminar abruptamente, sabía que luego llegarían los pisos vacios, las mandíbulas apretadas sobre la almohada, los recuentos de palabras y de gestos que se efectuaron y los que quedron sin producirse, el vino a deshora, el llanto. Y por encima de todo, la certeza de que el olvido era una meta imposible y de que los remordimientos seguirían comportándose como esos insectos vengativos que no permiten dormir, aún después de haber cerrado las ventanas y de apagar las luces.
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