07 marzo 2005

Recuerdos e historias de viernes...

viernes, marzo 04, 2005

1. Arena. Una playa desierta, un mar azul teñido del color del sol al atardecer. Espuma blanca y la brisa que levanta las crestas de las olas y las huellas de unos pies descalzos que se adentran en el agua.
2. Noche. Una noche de verano, una fiesta, luna llena y un beso.
3. Manjar. El consomé en sus múltiples variedades; tomado en taza de porcelana, en tazón de barro, en vaso, en jarra, con trocito de jamón, con jerez …
4. Mal sueño. Que el sueño se convierta en vacío y no tenga un punto de apoyo, creando así una atmósfera irreal y angustiosa.
5. Piel. La suya al despertar.

viernes, febrero 25, 2005

1) No es que no me guste el color rosa, pero... sinceramente, ¿piensas que alguien se va a creer que el cielo es de color rosa?

2) Cuando me desperté y no sabía quién roncaba a mi lado… me sentí desconcertado durante unos minutos, intentando rememorar que había ocurrido desde que saliera a las ocho de la tarde de la oficina. No era normal en mí perder el sentido de la realidad y dejarme arrastrar por pasiones de una noche. Quizá fuera el hecho de que Mara había decidido dejarme por un tiempo y al sentirme solo buscara el consuelo en otros brazos desconocidos que pudieran ofrecerme los que otros me habían negado. No me atreví a mirar directamente a aquel cuerpo caliente que rozaba el mío por miedo a que me pidiera explicaciones que yo no podía dar. Mi mente estaba en blanco. Por más esfuerzos que hacía sólo un vacío llenaba unas horas que parecían haberse perdido. De soslayo advertí una piel blanca, inmaculada y unas formas bajo la fina sábana que me parecieron demasiado toscas. Pero tenía miedo de moverme, de que despertara, incluso de respirar. Esperaría a que aquel cuerpo diera señales de vida, mientras, intentaba de mil maneras encontrar la manera de abordarlo, de descubrir que había pasado la noche anterior, que hacía ella aquí, como nos habíamos conocido, y en el fondo de mi mente, saber si me iba a gustar e iba a poder sustituir, al menos por un momento, a Mara. Pero hasta bien entrado el día aquel cuerpo parecía hundido en su propio mundo, sin ni siquiera saber que yo existía y que lo observaba en la distancia. Cuando un calambre atenazó mis músculos, por la mala postura en la que llevaba horas, no tuve más remedio que levantarme de la cama. Fue muy deprisa, igual ella no se había dado cuenta pues sólo se giró y siguió en un apacible sueño, sin sospechar las horas que yo llevaba reconcomiéndome por dentro intentando atrapar algún recuerdo. Miraba por la ventana como el sol iba avanzando sobre la ciudad, pronto estaría en penumbras, hasta que las luces anaranjadas hicieran su aparición; cuando noté un movimiento a mi espalda, pero de nuevo sentía un pavor inusitado a lo desconocido. No sabía como enfrentarme, qué decir, como reaccionar. Alguien parecía vestirse muy deprisa, como queriendo salir de allí cuanto antes. Quizá ella también estaba asustada, avergonzada, acongojada y sin recuerdos; como yo. Sólo acerté a oír un – qué tarde es, tengo que irme, adiós- de una voz tremendamente masculina y un portazo…

3) - Disculpe, ¿le importaría saltar? Es que llevo esperando más de diez minutos a que se decida y se me está pasando la hora de morir. Ya he arreglado todos los papeles necesarios, que he mandado a la funeraria por correo certificado. Me he despedido de todos mis seres queridos y me he ido del trabajo sin decir siquiera adiós, hay gente que me echará de menos, pero hay otros que ni siquiera sabrán que no volveré. El perro se lo dejé a una amiga y a la casa la he prendido fuego para que nadie tenga que recoger nada, ni llorarme con cada detalle, con cada recuerdo. No es que tenga prisa por saltar y espachurrarme en el asfalto, pero no me gusta llegar tarde a las citas. Los cinco minutos de rigor siempre están concedidos, pero esto ya es un retraso en toda regla. ¿Y si la muerte se cansa de esperarme? ¿Y si cuando usted salte ya se le ha hecho tarde para llevarme con ella? ¿No me diga que ahora se arrepiente de su decisión? Mire que subir hasta aquí arriba ya es bastante arriesgado; sobre todo porque está prohibido. Imagino que como yo, habrá burlado la vigilancia. Pero es que es el mejor lugar para saltar ¿verdad? Se ve toda la ciudad; que pequeña y que grande a la vez. Y mire, mire allí al fondo ¿ha subido alguna vez hasta aquellas montañas? La nieve allí es blanquísima y el aire purísimo, se olvida uno de los problemas cotidianos. ¿Y que me dice del mar que se ve al otro lado? cómo brilla bajo el sol, qué de historias tiene él para contar y cuánta vida en su interior. ¿Lo ha cruzado alguna vez? Dicen que si se cruza hacia el otro lado es bastante peligroso, puede que sea cierto, pero visto desde aquí, tiene una calma y una paz tan extensas como él. ¡No dude hombre! Sólo tiene que poner un pie delante del otro. Es como zambullirse en la piscina desde un trampolín muy alto. Sabes que en algún un momento llegarás al fondo. Claro que esto es un poquito más desagradable y para que mentirle, también un poco más doloroso.

4) No lo vi llegar... de hecho nadie supo cuando había aparecido en el pueblo ni que intenciones tenía ni a que familia pertenecía. No hablaba con nadie, sólo paseaba mirándolo todo, observándolo con aquello extraños ojos (continuará)

5) No te preocupes, mándame cualquier cosa... Él la miró desconcertado. Después de tantos años de noviazgo, en los cuales habían mantenido una distancia respetuosa ella estaba allí parada, delante del sofá, sin más ropa que un suave tul de seda semitransparente, ofreciéndole todo lo que durante tanto tiempo le había sido negado y que él anhelaba. Cuando al principio de la tarde ella se había sentado muy pegadita a él en el sofá, se acaloró al sentir el contacto de sus muslos, aún enfundados en unos pantalones de ante, junto a los suyos y tuvo que salir disimuladamente al baño; excusándose de una manera muy tonta, para calmar sus ansias. La casa era enorme, los padres de ella tenían una buena posición y más dinero del que podían gastar. Le daban a la hija todos los caprichos. A veces, él pensaba que demasiados y que la tenían demasiado consentida. En ese aspecto y a pesar de su disconformidad no podía objetar mucho, lo que peor llevaba era la estricta y anticuada educación que ella había tenido para las relaciones humanas, no se había atrevido nunca a avanzar más pasos con ella que los que sus padres parecía que habían acordado, en un silencio que con los ojos advertían del peligro que corría si no llegaba a cumplir las normas. Y ahora aquellas palabras habían salido de su boca, incitando, pidiendo; cuando él volviendo del servicio y ante su inesperada desnudez le había preguntado por sus progenitores. La voz era sensual, apresurada, deseosa de saltarse las prohibiciones, las normas, de conocer, de ser enseñada.

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