08 junio 2004

Hoy alcancé la puerta del destino ¿de mi destino? Estaba al fondo de un pasillo angosto y oscuro. De tablones carcomidos por el tiempo y deslucido por tantos pies que pasaron por allí buscando. ¿Encontraron? Debo suponer que sí, dado que el susurro de las voces, antaño atrapadas en las paredes, se había desvanecido. Manchas de humedades indefinidas marcaban las líneas de las manos de algún alma errante. ¿Sangre, sudor, lágrimas, penas? Me perdía en cada detalle, pues también eran los míos. Escritos sobre muros que en algún tiempo, feliz, fueron de un blanco impoluto y con el paso de décadas fueron sufriendo, como los moradores, desconchones de soledad. Miles de puertas, miles de vidas que dejaban atrás un pasado. A tientas, como cuando juegas a las tinieblas, buscaba. Mis manos seguían surcos enmohecidos grabados con algo punzante que había levantado la pintura amarillenta, dejando allí retazos de una rabia incontenible. Aquel era el final ¿mi final? ¿Qué final?

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