08 febrero 2004

Abría y cerraba las puertas. Daba mil vueltas por cada habitación. Subía y bajaba las escaleras una y otra vez. No sabía qué andaba buscando, pero estaba seguro de que al encontrarlo lo sabría. Era una sensación que desde hacía días no lo abandonaba y estaba seguro que de que se encontraba en aquella mansión. Aquello que necesitaba, que siempre había deseado. No sabía si era algo material, algo tangible. Las paredes habían empezado a hablar, a agitarse en la oscuridad de la noche. Por las mañanas aparecían como siempre, serenas, inamovibles, esperando acontecimientos y un desenlace que él también estaba ansioso por que ocurriera. Dejó de salir de la casa, como si ella lo retuviera, aunque las puertas nunca habían estado cerradas. Cuando no andaba como un animal enjaulado, se sentaba en un rincón arropado por las esquinas latentes. Allí se sentía bien, protegido, cuidado,
feliz. Dejó de comer y dejó de moverse para terminar fundiéndose en los muros, para formar parte de la casa y encontró al fin lo que andaba buscando. Alguien a quien pertenecer, alguien que fuera eterno, que durara en el transcurrir de los tiempos, que formara parte de él.

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