24 noviembre 2003

- Creo que cometí un error- dijo mientras perdía sus pupilas, brillantes, en las nubes algodonosas que se transformaban poco a poco en jirones desmenuzados, por los cuales se veía un cielo azul que pronto sería negro. No obtuvo respuesta. El silencio fue mucho más cruel que unas palabras dichas; las que fueran. Esperaba una contestación, ante eso podría enfrentarse. Replicando, poniendo énfasis y empeño en aquello que pudiera solucionar; si es que existía una solución. Pero sabía que la batalla estaba perdida de antemano. Había huido primero, para evitar que la voz delatara su desaliento por sus sentimientos, para ocultar el velo que entristecía sus ojos y dejaba sus manos sin palabras. No había dado opciones y se sintió cobarde por ello. Quería volver al principio, quería que las nubes se retiraran de un cielo que a cada minuto se ensombrecía más, a punto de descargar una lluvia contenida durante horas. El silencio seguía siendo desgarrador, perturbador y tan denso que las palabras ahora no podrían cortarlo. Y continuaba siendo un agravio hacia ambos aunque lo vivieran de diferente manera y distintamente lo sintieran. Sólo existía tiempo; retenido en pliegues, como los de las sábanas de una cama sin hacer. Sólo existía espacio; un abismo que se abría inmenso, profundo y difícil de recorrer, de ser cerrado, de ser evitado. Sólo existían separados, pero unidos a la vez en una eternidad que nadie podría rasgar, que sería eterna hasta que uno de los dos faltara y se llevase con su ser todos los recuerdos vividos, todos los momentos aún por vivir. Aún había tiempo, aún podría el sol evitar las nubes que se habían cernido sobre él. Todavía podía existir una luz en aquella relación tan oscura. Oyó a sus espaldas la puerta cerrarse. El silencio fue entonces despiadado y aún más doloroso.
El tiempo era paciente; las lágrimas no.

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